Las ruinas, la nieve y el viento / José Luis Velarde





La anarquía surgió de pronto…
El Libro de las Desapariciones


Las ruinas, la nieve y el viento

 

La anarquía surgió de pronto…

El Libro de las Desapariciones

 

La puerta del bar se abrió empujada con violencia por un hombre diminuto que avanzó hasta el final del establecimiento sin encontrar un sitio disponible. A falta de un mesero que le ofreciera un trago caliente se topó con una sonrisa enorme y una voz enrarecida por un acento extraño que lo invitó a compartir la mesa.

—Siéntese conmigo no sin advertirle que voy a contarle alguna que otra historia. No es frecuente encontrar buenos interlocutores. Personas que atienden charlas de extraños sin desconfianza. Le ofrezco un whiskey. ¿Usted invita la siguiente ronda?

El aludido asintió con un minúsculo parpadeo.

Espero que mi conversación le resulte agradable. Si usted nota que me sobrepaso pídame callar. Interrumpa sin miedo. No sería la primera vez. Ya me lo han dicho en todo Chicago. Antes, permítame presentarme. Soy Kenny Chambers.

—Mucho gusto. Yo soy Mark Darby. ¿Usted es extranjero? Me pareció notar cierto acento en su voz.

—Debo decirle que nunca he logrado amoldar la dentadura postiza que un médico chambón colocó en mis encías. El desajuste me provoca una pronunciación singular, alguna hinchazón y uno que otro mal entendido —respondió Chambers.

—Hay muchas personas que aparentan ser lo que no son, pero no estoy aquí para juzgarlo, platique algo de lo prometido por favor.

—Sí claro señor Darby. Mis recuerdos son caprichosos. Aparecen cuando se les pega la gana y en ocasiones me hacen quedar mal. A veces repito la misma historia durante quince o veinte días consecutivos y de pronto soy incapaz de recordarla. Para entonces ya hablo de un tema distinto en otro bar.

Darby abrió los ojos sin responder mientras Chambers continuaba sin darse un respiro.

—No vaya a pensar que estoy loco o que el alcoholismo me confunde. Soy un bebedor social. Un anciano jubilado que sólo busca compañía, aunque a veces olvide los nombres y confunda las fechas. Lo que sí recuerdo con bastante claridad es que conducía de regreso a casa cuando vi a un muchachito en una parada de autobús. Era una noche próxima a la navidad o al fin de año. El frío iba en aumento. No se trataba sólo de los copos que caían sin detenerse, lo peor era el viento. Si usted ha soportado una ventisca en Chicago, sabrá a lo que me refiero. No importa cuántos grados marque el termómetro, la temperatura real siempre será mucho más baja por el factor de congelación introducido por ese aire interminable. Es una fiera helada que embiste desde el Polo Norte sin encontrar un poco de sol que la reduzca. El viento se adentra en los huesos hasta ahuyentar todo deseo de salir a la calle, por más que se trate de las celebraciones más atractivas. Ahora puedo decirle que usted también bebe rápido. Brindo por ello y antes de seguir, por favor dígame de dónde es.

—Nueva York —respondió Darby en un murmullo.

—¡De Nueva York! Válgame dios. Entonces bien sabe de lo que hablo. La gente sólo desea permanecer oculta en escondrijos y dormir hasta que las marmotas señalen el inicio de la primavera. No quiero decir con esto que en Nueva York haga menos frío, lo único que afirmo es que en Chicago experimento más molestias. No importa que ambas ciudades se encuentren casi a la misma altura en un globo terráqueo y que el invierno disponga de humedad por todas partes. Yo hablo de fríos distintos por más que compartan similitudes. Quizá el frío es más intenso en quienes sufren alguna clase de tristeza. ¿No lo cree así?

—He visitado ambas ciudades y no encuentro mayores diferencias si bien coincido en que los días nublados favorecen la melancolía —acotó Darby—Su charla es interesante, aunque dispersa. Voy a cumplir lo prometido para ver si deja de extraviar personajes. Camarero, traiga una botella. Yo invito.

—Creo que lo juzgué mal señor Darby. Lo supuse de menor estatura. Ahora su esplendidez lo agiganta sin duda.

—No agradezca ni me elogie por favor. Gracias.

—Disculpe si me salto algún detalle. Desde mi entender un corazón triste no es capaz de ofrecer digna resistencia al frío ártico; y éste se aprovecha de las ventajas concedidas en cualquier ciudad congelada. Un ramalazo de escarcha por aquí y unos carámbanos por allá hasta que uno se vuelve monigote de nieve. Un fantoche discreto con nariz de zanahoria, bombín apachurrado y ojos fingidos con dos pedazos de carbón. Un espantapájaros misántropo en medio de un jardín cubierto por tres mantos de hielo. El panorama empeora si se añade una fecha que debiera ser festiva. Figúrese usted lo que sentía aquel niño en las proximidades del lago Michigan.

—Es muy triste su historia, pero siga por favor, no niego que es interesante señor Chambers. Salud.

—Salud. Bajé la ventana para preguntarle si necesitaba ayuda. Lo vi correr hacia una estructura metálica abandonada un millón de años atrás. No sé si eran las ruinas de un edificio de departamentos. Un fantasma que durante muchos años había adquirido vida gracias a los ocupantes.

—Así ocurre en las grandes urbes. Las construcciones mueren sin que sus habitantes lo noten. Salud. ¿Qué había ahí?

—No tengo la palabra exacta señor Darby. ¿Ruinas? ¿La carcasa inservible de una nave espacial abandonada por extraterrestres confundidos entre la neblina espesa de la noche que intento recrear con su ayuda? ¿El esqueleto de un dinosaurio surgido de las profundidades de la Tierra? No es sencillo poner en marcha la imaginación. Aquella noche grité en vano que volviera. Tal vez era un inmigrante ilegal y por eso huyó entre la nieve. Regresé a mi auto para llamar a la policía. Un tipo somnoliento tomó el reporte. Me fui veinte minutos después. Mi cuerpo temblaba y la ayuda no se miraba por ninguna parte. Ya en casa, mi esposa me llamó fantasma invernal y no hizo mucho caso de mi historia. Me refugié en la sala. Aquella noche no dormí bien. Me soñaba en un lugar extraño, donde nadie era capaz de entenderme, mucho menos mi mujer.

—Confieso señor Chambers que a veces busco acompañamiento y otros días prefiero mantenerme a resguardo de la gente. Salud otra vez.

—Lo mismo me ocurre, pero esa noche soñé ser un viajero espacial que llegaba a un planeta donde era incapaz de comunicarme. Imagínese que usted y yo. Sí, nosotros, fuéramos pilotos de una nave descendida en un mundo congelado. Un sitio donde nada indicara nuestra procedencia distante. Sólo podríamos expresarnos en un idioma desconocido. Un lenguaje sin gestos válidos y sin traductores de bolsillo o artefactos telepáticos. No destacaríamos por nada que no fuera nuestra condición de migrantes. ¿Me sigue señor Darby?

—Sí, por supuesto. Experimento esa sensación con frecuencia.

—En la historia que propongo procedemos de un mundo donde el sol es constante y navegamos hasta un sitio de nieve cotidiana. Una ciudad que pudiera ser Nueva York o Chicago en el invierno más húmedo y más frío del siglo XXI. Elijo estos ejemplos, porque usted me ha dicho que conoce ambas metrópolis. Daba lo mismo elegir Cleveland o Moscú. No se asuste, aún podemos desplazarnos, aunque nos cueste tanto trabajo que sentimos desesperar. En las esquinas de las calles desiertas no encontramos nada que nos oriente. Los negocios cerrados son repetitivos. Una tienda de autoservicio y una gasolinera y un jardín y un puesto de revistas; o un banco, un taller mecánico hasta volver al establecimiento inicial. Una escenografía repetida desde aquí hasta el Océano Pacífico y desde Texas hasta la frontera con Canadá. Así son muchos de nuestros cruces de calles y avenidas. Los considero laberintos prefabricados para confundirnos. Además, la nevada se metería en los ojos con la misma terquedad con que me cegaba aquella noche en que miré al muchachito desaparecer en la ventisca. ¿Qué ocurriría si nos separásemos? De seguro íbamos a vagar sin descubrir pistas que nos llevaran de regreso a nuestra nave abandonada en algún paisaje irreconocible. ¿Me sigue?

—Por supuesto. Además de oírlo con atención bebo tan rápido como usted señor Chambers.

—Así deben acompañarse las buenas charlas señor Darby. De sobrevivir al invierno, aún seríamos extranjeros en el largo proceso empleado en aprender el lenguaje y encubrir una vida increíble como las civilizaciones ubicadas más allá del Sistema Solar. Creo que preferiríamos pasar inadvertidos. Ocultos en establecimientos donde nadie toma a mal platicar con desconocidos que parecen extranjeros. Ahí esperaríamos con paciencia una invitación para beber uno que otro vaso de whisky. ¿No es así?

—Claro, aunque hay momentos en que me pierdo entre tantos detalles. Me gustaría que apresurara el final antes de emborracharme del todo. Aún debo regresar a casa señor Chambers.

—Con mucho gusto. ¿Le resulta extraño mi acento? Aclaro que no uso dientes postizos. Es sólo mi manera de llamar la atención. Así resulta más simple plantear historias de niños surgidos de los quicios de las puertas para conceder posibilidades mágicas a las armazones recubiertas de óxido. Edificios abandonados. ¿Naves espaciales? Interlocutores sorprendidos por los personajes sin rostro que se congelan en las paradas del autobús extraviado en las cercanías del Lago Michigan o en las avenidas celestiales de Alfa Centauro. Una galaxia menos distante que el sitio fantasmagórico comprendido entre la Nochebuena de Chicago y el Nueva York que se empeña en recibir al año que se inicia durante la noche interminable en que usted me ha permitido contarle esta historia.

¿Y me lo dice a mí señor Chambers? —respondió con tono melancólico el hombre diminuto, al tiempo que comenzaba a desdibujarse como si nunca hubiera entrado al bar. El aire frío abrió la puerta y, por un momento, la noche fue invadida por las voces de los clientes que no lo vieron marcharse.

 

Publicado en Axxón 194. Ciencia ficción en bites. Febrero 2009. Eduardo Carletti. http://axxon.com.ar/rev/194/c-194cuento3.htm

Publicado en El Narratorio 71. Antología Literaria Digital. Enero 2022. 

Realismo maniático / José Luis Velarde




Sintoniza la Radio de la Infinita Melancolía

El Libro de las Desapariciones

 

 

La manta extendida sobre la cama muestra un paisaje africano. Los animales se manifiestan vitales, inquietos. El león corre entre el pelo enmarañado de la persona tirada en el Valle del Serengeti. Las cebras galopan más allá de los pastizales y perfilan un brazo descolorido que interrumpe la llanura. Los buitres acechan la oportunidad de remontarse en la atmósfera brillante y cálida que sólo puede repetirse en el Mediterráneo y en el Noreste de México. La luz que entra por la ventana del poniente, aunque filtrada por una malla mosquitera, deslumbra a las hienas que chillan furiosas y enardece a los insectos que se acercan a la cama que ocupa la mayor parte del recinto miserable. Afuera, un niño intenta elevar una cometa azul en el aire inmóvil y dos muchachas caminan con sobresaltos por la calle sin pavimentar.

El mediodía de mayo agobia a la gente, la aturde, la deja cansada y sin afanes curiosos. Hasta ahora, son muchos los que han pasado frente al cuarto del muerto, sin percibir que las moscas se incrementaron en el vecindario construido al oriente de la ciudad. Son tantas que quizá se volvieron invisibles. Nadie parece molestarse por el zumbido que ha convertido a la vivienda en un panal; una colmena que vibra constante, como la música que surge de la radiograbadora portátil de un hombre que se embriaga sentado en el cordón de la banqueta. A sus pies, transcurren las hormigas, las piedras y la maleza descolorida por el sol. La melodía habla de un abandono terminal; de una vida condenada a la pena por el amor que se interrumpe sin aviso. La voz del intérprete imita el maullido de los gatos, se escurre por los tejados de palma que abundan en los alrededores, intenta ser aguda y dar explicaciones válidas para la pérdida inenarrable, aunque sea incapaz de encontrar la justificación que alivie al hombre consternado.

No hay demasiados muebles en la habitación austera. Una mesa de plástico blanco, un par de sillas del mismo material, la hornilla de petróleo, el ropero de madera frágil y apolillada que el barniz no pudo restaurar, antes de ser cubierto por los carteles a los que el sol también volvió quebradizos. La cama, en cambio, soportó los embates luminosos; los que entraban por el cristal y los que hacían olvidar las pesadillas cuando la mujer aún no se marchaba. Resistió el maltrato y, tras el abandono, fue cuidada con la pulcritud que sólo se permiten los que aman. Las sábanas limpias, tersas como la superficie de un mar utópico a salvo del oleaje, se acostumbraron a permanecer inmaculadas.

El hombre sentado en la calle extiende las piernas, se flexiona como si fuera a incorporarse, detiene el impulso e inhala el humo del cigarrillo que ya le quema los dedos. Bizquea ante el sol, bebe a morro el último sorbo de una cerveza cálida y se desploma de frente. El polvo cubre de prisa los rasguños del rostro y las heridas abiertas en la mano derecha por la botella, rota al caer. El derrumbado advierte que se acercan dos muchachas. Son bonitas, les habla con voz muy suave y se desespera al no conseguir que lo miren. No pretende molestarlas ni enamorarse de ellas, sólo desea que no se vayan tan de prisa y se arrastra entre los surcos abiertos por las ruedas de los vehículos que pasan de vez en cuando. Las muchachas se alejan, una de ellas sonríe y el hombre evoca otra sonrisa extraviada que le permite levantarse y caminar hacia el niño del papalote.

El pequeño sujeta un cordel de cáñamo y corre por la llanura para tensarlo. Intenta elevar el juguete formado con tiras de carrizo; papel de china, papel engomado y cola de trapos viejos, a la vez que se aproxima a la radiograbadora solitaria. Al llegar junto a ella, la mira, se encorva, incrementa el volumen y sintoniza otra estación donde un grupo norteño narra, para la audiencia de la amplitud modulada, la historia de un solitario. El sol ya le incomoda y decide marcharse con el aparato. El hombre cubierto de sangre pretende detenerlo, grita furioso, pero la voz se resquebraja cuando su dueño tropieza con una piedra que encubre alacranes y tarántulas.

 El suelo es una caricia antes de volverse quemadura.

La piel se ulcera, se calienta y provoca malestar. La sangre se derrama como si fuera un bálsamo atroz. Se mezcla con el polvo y atrae la atención de las moscas que descienden con la luz solar. El hombre camina sin prisa. Cruza un campo de futbol donde se afanan algunos muchachos en controlar una pelota huidiza en el terreno inconstante. No escuchan la historia del que también quiso ser jugador profesional y alguna vez se presentó a entrenar con el equipo de tercera división de la ciudad envuelta por la calidez del verano perpetuo. No lo advierten, pero al hombre no le importa, sigue adelante, corta camino por los terrenos baldíos unificados por las hondonadas y los matorrales. Habla de sus recuerdos con voz queda. La casa; el cuarto de ladrillos sin revestir, los arreglos que llegarían con la partida al Norte y la frontera convertida en la trampa que se robó los ahorros. La casa; el baño sin drenaje, el regreso infructuoso, los pinos sembrados en Wyoming durante las nevadas del invierno y la soledad que lo impulsa hasta la cama donde desciende sobre una manta tersa que muestra un paisaje africano.

Un rebaño de gacelas permanece junto al lago enrojecido que se extiende debajo de una mano muy pálida. El sol inquieta a dos elefantes que se refugian en la sombra que el cuerpo derrama para disminuir los colores intensos de la jungla. En la pared, de ladrillo irregular, cuelga una fotografía instantánea que se desdibuja a diario. El mediodía intensifica la temperatura y el calor se vuelve insoportable, como la tarde en que el hombre y la mujer fueron retratados en una playa tamaulipeca. Miraban hacia el poniente. Ahora parece que ambos observan al hombre yerto a pesar del polvo que los cubre a todos. Una música imprecisa atraviesa la ventana. El niño ha olvidado el papalote y juega, sentado en una piedra, a manipular la radiograbadora recién adquirida. No le molesta el sol, pero la brillantez del cielo le hace entrecerrar los ojos pardos. Intenta sintonizar la estación radiofónica donde se programa con frecuencia la canción dedicada a un hombre solitario. Sonríe para sí mismo, al imaginar que el intérprete es un gato que maúlla bajo la luz de la luna. No percibe a las dos muchachas que caminan hacia el poniente. Más allá del campo de futbol y del horizonte infinito.

El aire permanece inmóvil aunque en las alturas haya comenzado a agitarse el viento. Los buitres se desprenden de la jungla y se confunden con las moscas. Revolotean sobre la cama y se elevan por encima del hombre muerto en el Valle del Serengeti.

 

Nadie lo advierte.

 

Publicado en Proyecto Sherezade. Marzo 2000. Universidad de Manitoba, Winnipeg, Canadá.

Publicado en El Búho 196 del maestro René Avilés Fabila. Agosto 2017. México.

Publicado en El Narratorio 57. Antología Literaria Digital. Noviembre 2020. Argentina.

La muerte de María Caledonia Sifuentes Quintero / José Luis Velarde





La anarquía surgió de pronto…
El Libro de las Desapariciones


El pavimento se interrumpió cuando la calle comenzó a subir la montaña. En ese lugar desaparecieron el drenaje, el cableado eléctrico y el agua potable, mientras las viviendas se incrementaban sin delimitar terrenos en la tierra frágil que apenas permite cimentar estructuras endebles. Las paredes son de cartón, lodo o bloques irregulares que se abren de vez en cuando para convertirse en puertas y ventanas. Los tejados se convierten en los patios frontales de las construcciones que sólo terminan en la cima de la montaña. Desde allá, desde lo más alto, como cada mañana, desciende una muchacha. Evade los surcos del terreno; los arroyos naturales que no fluyen al ser alimentados por el agua penosamente subida hasta las casas y se convierten en charcos lodosos llenos de basura. La joven se detiene y busca refugio en un matorral espinoso, a la vez que arroja una piedra a un cerdo que pretende adueñarse del sendero. No acierta, pero los chillidos del animal asustado se confunden con la música estridente que atraviesa el espacio en todas direcciones; de vez en cuando los gritos de los locutores envían saludos al auditorio que exige intérpretes y dedicatorias personalizadas. La muchacha intenta sintonizar una sola emisora radiofónica en sus oídos. Encuentra una canción que la conmueve. Se concentra en seguir la letra donde el amor es eterno y el ritmo imita cumbias colombianas. Lamenta el horario que la conduce a la ciudad calurosa. Desde el punto de vista de la muchacha desaparece la cuadrícula de las calles y predominan los árboles, aunque bien sepa que escasearán las sombras una vez que llegue a su empleo. A esa hora, el sol ya habrá incendiado la acera y se sentirá sucia, por eso odia el verano que se extiende de marzo a septiembre, le resulta imposible no pensar en una casa con grifos donde brota el agua cada vez que se demanda. El cerdo regresa y ella está a punto de derrumbarse al evitarlo. Recoge otra piedra y la arroja con fuerza para amedrentar al animal que permanece bloqueándole el paso como si la retara a un duelo disparejo. En esta ocasión el proyectil se estrella en el lomo del animal que en lugar de alejarse la embiste. Parece un jabalí ancestral renacido de pronto, aunque sólo quiera volver al chiquero que abandonó en la base del cerro. Su carrera es frenética y la joven recibe el golpe sin lograr aminorarlo. Exhala y no puede volver a respirar. La cabeza rebota en una piedra llena de aristas.
A lo lejos, una voz arraigada en el barrio entona, más aguda que afinada, la historia de una muchacha desaparecida sin dejar rastros en una ciudad del norte del país.


17:00 horas del 23 de diciembre de 2015. Canal 46 Interamericano. Satélite Control Age. Transmisión digital en canales abiertos a todo público. Conductora de televisión. Imágenes del cerro, curiosos, un cerdo encadenado y el cadáver de María Caledonia vestido de blanco.

-Bajaba el cerro de la esperanza cuando la muerte disfrazada de cerdo famélico le propinó una zancadilla maliciosa que la condujo a la tumba de manera instantánea. Entérese de cómo un animal enloquecido por el hambre y las altas temperaturas, en complicidad con la mala fortuna, la injusticia social y una piedra convertida en la almohada del reposo infinito, fue el emisario elegido por la parca para cumplir sus infaustos designios. Dicen los vecinos de la hermosa víctima que las autoridades deberían acabar con las alimañas que rondan la Montaña del Vergel; otrora respiradero natural para Ciudad Janambre, aunque hoy se haya convertido en colmena humana, donde la muerte aniquiló una vida inocente que por razones ignoradas y milagrosas había permanecido a resguardo de los asaltos que mantienen asolado el sector. Sólo quedaron los zánganos y falleció la abeja que se dirigía a sus labores. Hay llanto en una comunidad flagelada por la miseria y la violencia cotidiana. Buenos días a todos. Me acompaña Gildardo Delgado con toda la magia de la información profesional.

-Buenos días Sagrario Lepe. Te invito a que, junto con nuestro auditorio, conozcas los hechos sangrientos que ocurridos la víspera; hoy consternan al continente entero.

Autos destrozados, cadáveres tirados en la calle. Close up de una niña aplastada. Ambulancias. Disturbio callejero. Intercambio de golpes. Primer plano del rostro de María Caledonia.

-Microbús asesino embistió como tiranosaurio jurásico a tres automóviles antes de estrellarse en el escaparate de un centro comercial en Monterrey. Hay nueve fallecidos que no soñaban pasar la navidad en el anfiteatro; las autopsias determinarán las razones de cada muerte producida por la carambola de la amargura en la encrucijada del infortunio. Los médicos forenses quizá no llegarán a tiempo a sus hogares para reunirse con las familias que esperan anhelantes el retorno de los héroes de blanco. El trabajo podría incrementarse de fallecer cualquiera de los treinta heridos. En un vecindario miserable, ubicado al poniente de Ciudad Gubernamental, encontraron el cadáver de un hombre que por los signos de putrefacción ya llevaba más de tres días sobre una cama inmaculada. En Paraguay continúa el toque de queda tras el golpe de estado decretado por el general Manzzini. Tembló en Panamá, Venezuela y Colombia donde la tierra bailó la danza del espanto con la muerte y el miedo. Al norte de Sonora, los peregrinos del trabajo; un grupo de pizcadores de dólares libró sangrienta batalla en contra de los transportistas de seres humanos que no cumplen sus promesas de trasladarlos al oasis del primer mundo. Las imágenes reflejan el fragor de la lucha intensa y desmedida. Aquí las veremos con la minuciosidad que proporciona el profesionalismo de nuestros corresponsales, pero nuestra nota principal está dedicada a la transmisión en vivo y en directo del sepelio de la que en vida se llamara María Caledonia Sifuentes Quintero; la víctima del cerdo enviado por el infausto destino para arrebatarle el preciado don de una vida en franco proceso de superación. Realismo Maniático; sin escatimar recursos, con cuarenta cámaras de video y con ocho reporteros coordinados por la magia de este programa, el mejor en su género, le conducirá por los empinados vericuetos del Cerro del Vergel donde hoy se llora la injusticia divina.

María Caledonia escuchó el timbre del despertador a las seis de la mañana. Una cubeta llena de agua la esperaba en el rincón cubierto con sábanas que delimitaban el cuarto de baño. Sus tres hermanos aún dormían. La madre se esmeraba en preparar el desayuno para su hija. La muchacha cepilló su largo cabello cien veces confiando en que el líquido hubiera sido suficiente para enjuagarlo. En otras ocasiones había tenido que soportar la sensación incómoda dejada por los residuos del champú de yerbas que utilizaba para lavarlo y no le gustaba usar las instalaciones del salón de belleza donde trabajaba como manicurista. Al concluir sus labores, se dirigiría a la Escuela Metropolitana que ofrecía el aprendizaje del Inglés en sólo nueve semanas. Era la hija mayor de una familia abandonada por el padre emigrado en Texas para buscar un mejor salario. Édgar Sifuentes había terminado casado en Port Isabel con una colombiana que le llevaba veinte años de edad, pero que le había otorgado una nueva nacionalidad y la posibilidad de escapar de la miseria. Nadie lo sabía en el tejabán construido en la cima de la montaña invadida por una legión de precaristas, a quienes un líder de barrio había ofrecido terrenos a precios bajos, sin importarle de que se tratara de una reserva ecológica. El desalojo violento preparado por el alcalde de turno no se produjo, ya que su partido político no deseaba indisponerse con la opinión pública en pleno año de elecciones. Para cuando el nuevo gobierno ascendió al poder, la ladera estaba habitada por cinco mil posibles electores a los cuales ofreció seguridad pública; calles pavimentadas; así como la construcción inmediata de redes de agua potable, drenaje y electricidad. Las promesas fueron olvidadas muy pronto. Ya se duplicaba la población cuando la familia Sifuentes Quintero se apersonó en la zona que lucía atestada, pero Édgar supo obtener permiso del líder a cambio de una botella de tequila. Al poco tiempo decidió marcharse y la familia comenzó a olvidarlo.

17:15 horas. Continúa transmisión de Realismo Maniático. Imágenes de la multitud congregada en los alrededores del Cerro del Vergel. Aparecen fotografías de María Caledonia.
-Soy Ana Carreón y las lágrimas parecen multiplicarse en esta hora que las circunstancias han convertido en el sepelio del dolor infinito. La gente de la barriada también se ha visto multiplicada por los curiosos congregados alrededor del cuerpo de la víctima del cerdo de la fatalidad. A nosotros mismos, los que integramos el equipo realizador de Realismo Maniático no nos ha sido sencillo mantener la moderación que norma nuestro trabajo, pero el dolor es tanto que nuestro sentido del profesionalismo se altera, sin embargo, el trance de flaqueza ya fue superado para mantenerles al tanto de este acontecimiento que consterna a nuestra sociedad. Antes de seguir con mi crónica, debo decirles que los altos índices delictivos del Cerro del Vergel han llamado nuestra atención, por lo que dedicaremos especial cuidado en vigilar la zona con nuestros satélites, para difundir, cada vez que sea necesario, los eventos delictivos que aquí se suceden con periodicidad digna de ser cubierta por nuestro equipo de producciones especiales. En este momento, el féretro de María Caledonia es un edén, las flores lo cubren sin ocultar el rostro que parece dormir, como si una princesa esperara la llegada de un enamorado para salvarla de las garras de la nada con un beso. La policía vigila con trescientos hombres distribuidos estratégicamente en el sector y desde cuatro helicópteros el correcto desarrollo del evento, del acto doloroso que cubren con atingencia las cámaras del Canal 46 Interamericano. En unos momentos transmitiremos desde Port Isabel una entrevista con el padre de la víctima que al ver el desarrollo de este programa se comunicó por videófono con nuestra representación en ese puerto texano.

-Discúlpame Ana, te interrumpo porque en nuestro monitor cinco se observan imágenes dramáticas. Envío cámaras y micrófonos a nuestra compañera más cercana a los disturbios, se trata de Rocío Margarita Cárdenas. ¿Qué ocurre?

-Gracias Gildardo, en estos momentos se libra una batalla campal iniciada por un amigo de la difunta quien quiso impedir que se vendieran tarjetas que contienen la supuesta oración que María Caledonia rezaba todas las noches implorando el regreso de su padre. La policía se dispone a intervenir. Ya se aproxima al sitio del disturbio. Los palos y piedras esgrimidos parecen ridículos ante las balas de goma, los gases lacrimógenos, las cachiporras, las armaduras antimotines, las ametralladoras cargadas con balas de verdad y los escudos con que la fuerza del orden avanza en esta producción exclusiva de Realismo Maniático. Los revoltosos no parecen dispuestos a ceder...

-Ésta es Margarita Padilla en el relevo. Una maldita piedra buscabullas se elevó por los aires y destrozó la boca de mi compañera Rocío dejándola malherida como víctima circunstancial de este combate que se intensifica y adquiere condiciones de igualdad, ya que algunos ciudadanos han logrado despojar de sus armas a la avanzada del orden. Desde los helicópteros alguien ha dado instrucciones de abrir fuego en contra de la multitud. A mis pies se encuentra un joven malherido. ¿Cómo se siente? No puede responder, me daré a la búsqueda de lesionados que aún puedan externar su opinión sobre estos hechos sangrientos que tiñen de rojo la tarde de un día dedicado a la conmemoración popular, antes de ser un campo de batalla que nuestro esfuerzo les brinda sin censura alguna. Un helicóptero explota en el cielo y sus luces parecen rendir homenaje a María Caledonia que ya no irá sola al recinto de la soledad perpetua, porque la muerte ha decidido brindarle compañía. Un enviado me comunica nuestras bajas. Son abundantes. Realismo Maniático es testigo fiel que no vacila en ofrendar las vidas de sus integrantes para mantenerle en contacto con los acontecimientos de mayor relieve en el mundo.

-Les habla Wilfredo Smith. He logrado intercambiar información con algunos contactos que me han dicho que la revuelta no es incidental, sino que se trata del pretexto esgrimido por el Ejército Insurgente del Vergel para mostrarse ante el público. Los rebeldes no sólo utilizan las armas tomadas de la policía; esgrimen sofisticado equipo de asalto que amenaza con extender la devastación por toda Ciudad Janambre.

María Caledonia tenía diecisiete años, pero aparentaba ser mayor. Tres años atrás se había incorporado a los entrenamientos de las milicias antigubernamentales al convertirse en la amante de Flavio Rosales; el guerrillero empeñado en derrocar el orden establecido, a la vez que acrecentaba la leyenda de que su territorio era inhóspito, para mantener alejados a todos los que pudieran representar un riesgo delatorio para las prácticas y las labores de proselitismo cotidianas. Flavio conocía las estrategias policíacas, no en vano había sido parte de ella durante algunos años y aunque tal posición le garantizaba ciertas comodidades, no pudo ignorar las demandas de la multitud miserable. Pronto entabló contacto con rebeldes de otras poblaciones y su entrenamiento paramilitar le permitió alcanzar el rango de Jefe Operativo del Sector, sin embargo prefería ser conocido como Capitán Flavio.

17:24 horas. Estudio principal de Realismo Maniático. Los muros exhiben armas de diversas épocas, instrumentos de tortura y carteles de los delincuentes más buscados por las fuerzas del orden. Los conductores observan los monitores que se extienden de pared a pared, transmiten imágenes aéreas de los combates del Cerro del Vergel.

-Les habla Sagrario Lepe de nuevo. Ustedes son testigos por primera vez de una batalla real. Esto no ocurría desde los combates transmitidos durante la Tercera Guerra Definitiva por la Conquista del Golfo Pérsico. Recordará nuestro auditorio que todos esto ocurrió hace apenas tres meses, pero en aquella ocasión se careció, quizá por la violencia de los combates, de una cobertura tan profesional como la que hoy le ofrecemos con todo el gusto de siempre y el profesionalismo de los valerosos integrantes de Realismo Maniático, el mejor programa de cobertura informativa de la realidad cotidiana. Este trabajo nos permite divulgar las palabras del Capitán Flavio que hace unos instantes se identificó con uno de nuestros héroes de la noticia como líder del Ejército Insurgente del Vergel. Cámaras y micrófonos de Realismo Maniático están ahí, en plena revuelta. Adelante, por favor.

-Gracias Sagrario, yo soy Ángel Tovar, me acompaña el Capitán Flavio, quien me responderá algunas preguntas elaboradas de prisa entre las detonaciones y la trifulca por algunos miembros del equipo de reporteros llegado hasta aquí.

-¿De triunfar, mantendrá la libertad de expresión y las garantías individuales? ¿Con cuántos hombres cuenta su movimiento? ¿Hay representación nacional? ¿Recibe apoyo de alguna potencia extranjera? ¿Tiene usted un plan de gobierno? ¿Dígame con qué tendencia política muestra mayor identificación?

-El conflicto es un error. La muerte de María Caledonia y los disturbios inesperados apresuraron los acontecimientos. No sé quién fue el primero que disparó. Esta publicidad no nos conviene...

-Ésta es la cabina central del Canal 46 Interamericano. Suplicamos al valeroso personal de Realismo Maniático su retirada inmediata del sector. El ejército emprenderá bombardeos intensivos de acuerdo a un boletín recién llegado a nuestra sala de controles. Un vocero de la milicia, el general Arámbula, añade que no quedará un sólo centímetro cuadrado sin recibir su ración de metralla y usted será el mejor testigo desde la comodidad de su casa, porque continuaremos la transmisión desde nuestros satélites y servidores de la red. Las acciones represivas iniciarán dentro de diez minutos. Atención, atención; este aviso va dirigido a los paladines anónimos de Realismo Maniático. El sector será devastado en diez minutos y ya ha empezado el conteo regresivo. Es tiempo de abandonar el área de trabajo…

Los desconcertados miembros del equipo de reporteros de Realismo Maniático comenzaron una retirada en desorden, sin rumbo, unos bajaron la montaña, algunos pretendieron subir y emprender el descenso por la cara deshabitada del lado opuesto a la ciudad, otros intentaron reunirse con sus compañeros. No faltó quien permaneciera inmóvil mirando hacia las alturas como si pretendiera detener el fuego con la vista. La fuerza de las explosiones cavó hondonadas, deshizo viviendas, malezas y cuerpos en un instante. No respetó a los curiosos ni a las fuerzas de la policía, tampoco estableció preferencias entre los habitantes del sector ni discriminó a los rebeldes. Su estruendo, formado por mil estruendos más, zarandeó a la ciudad entera. La audiencia televisiva sólo pudo mirar como el humo se levantaba desde una antorcha gigantesca. Alguien creyó ver el ataúd de María Caledonia sostenido por un instante sobre las llamas. Édgar Sifuentes apenas pudo recordar el rostro de su hija y desconectó el videófono.

Una vez más el rating de Realismo Maniático continuaba a la alza.

Literatura Virtual

Este blog nace en febrero de 2008 como continuación de la página Literatura Virtual publicada desde el 2001 en http://www.angelfire.com/va3/literatura, para propiciar una mejor distribución de los textos allá publicados. No quiere decir esto que se trate de una copia, prefiero decir que este blog es un reflejo mágico; un sitio con sus propias posibilidades y elementos.

El propósito de Literatura Virtual es publicar autores contemporáneos en los distintos géneros que la componen. Aquí y en la publicación que se encuentra al otro lado del espejo, o quizá de los cristales de sílice unidos en la red, usted descubrirá cuentos, narraciones, poemas, ensayos, reseñas y hasta meras reflexiones en búsqueda de lectores.

También se ofrece la publicación, siempre y cuando el texto enviado reúna los requisitos de calidad que se exigen.

Si desea probar fortuna mande su texto a la siguiente direccíón: velardejl@hotmail.com

Agradezco la participación de todos los que aquí aparecen y también los intentos de aquellos que mandaron textos y fueron rechazados, todos recibieron las razones que hicieron imposible su participación.

José Luis Velarde

Entradas del blog

Terrón de azúcar / Víctor Aquiles Jiménez H.