Terrón de azúcar / Víctor Aquiles Jiménez H.


Las bombas de racimo / Víctor Aquiles Jiménez

Las bombas de racimo son para exprimirlas,
para hacer de ellas un fino y buen vino,
para lanzar metralla, fósforo y esquirlas,
para desparramar su veneno asesino.


Las bombas de racimo sirven para arrojarlas por campos,
los desiertos, para sembrarlas en pueblos pobres,
para provocar en mujeres y ancianos los llantos
de pena por la refinada maldad de los hombres.

Con un buen vino hecho de sangre de bombas de racimo
se puede hacer un cóctel en honor de sus fabricantes
para que conozcan el sabor de su ingenio y destino,
para que sientan en sus labios los ruegos suplicantes
de los inocentes que murieron abrazados gimiendo.
hechos antorchas que un viento violento esparce
mientras la roja sangre en cenizas se va ardiendo
a la tierra y a las copas de los árboles a posarse.


¡Oh, fabricantes de bombas de racimo, escuchad!
Por qué usufructuasteis del noble adjetivo de la uva
para confundir una fruta de vida, con la mezquindad
de una bomba que transforma la tierra en lava?


Bebed, bebed en copas de oro el sabor de la sangre
agrio y amargo exprimido de las bombas de racimo,
Bebed, sin apuro, apreciad el sabor de vuestra mugre
que se desparrama despiadada
sobre el destino de la inocencia,
de los infelices que clamando al cielo
sólo ven fulgores y explosiones de odio y muerte,
y que no alcanzan a pensar en plegarias ni darles vuelo,
porque a Dios lo tapa la sombra del hombre prepotente
que otorga al ruego de paz y libertad bombas de racimo.
Bombas lejanas, cargadas de odio de Occidente.
Fabricantes dadle a vuestros hijos, unos sorbos,
probad de las uvas el dolor, no os hagáis los sordos,
un sorbo de sangre, uno solo y no beberán jamás
de la ignominia asquerosa y tal vez, quizás,
no os perdonen ni por los siglos de los siglos
la infinita infamia el maldito negocio
con que os pagáis el placer la riqueza y el ocio.


Dadle a vuestros hijos, sólo un sorbo
de la sangre de las bombas de racimo
esa que exacerba en los militares el morbo
y en los empresarios su espíritu asesino.


Dadle un sorbito del líquido de agraz
que sabe a fuego, a esquirla sangrienta,
zumo que no bebe ni una sedienta ave rapaz,
por saberle, asquerosa, amarga, virulenta.


Dadles por favor y a ver si resistís
verles de rodillas las tripas arrojar
cuando una vida sin dolor ofrecís
ignorando cómo enseñarles a amar.


Por favor dadle de una copa un sorbo,
a ver si vuestra conciencia adormecida
despierta de pronto y deja de ser un estorbo.


Bebed vosotros también el zumo
de la infamia para que en la garganta
se os convierta en asfixiante humo,
igual que yo de pena y rabia se atraganta.


Bebed de las bombas de racimo,
fabricadas a espaldas de la conciencia
humana, creadas en usinas camufladas
de decencia, de respetabilidad, de ciencia,
de progreso y desarrollo, lo que es un timo
de lesa humanidad, cuando explosionan
haciéndonos creer que son blancas y aladas
palomas que por la paz se transforman
en cuervos de buches negros hartados,
hartados de bombas de bombas de racimo.


¡Cínicos, jugáis a Dios y no soy más que atados
de leños que la historia quemará en su camino
a la solidaridad y seréis cenizas también!


Sea la voluntad de Dios, Amén.

Un caballo de Troya en la aldea global / Víctor Aquiles Jiménez H.

Terrorismo y guerra
Sólo por gestos, palabras, símbolos, imitaciones a otras especies de animales los hombres nos hemos comunicado desde la noche de los tiempos. Más adelante con la invención de los códigos representados por letras y números ha sido posible crear imágenes y transmitirlas a los demás. Así se ha podido escribir la historia, además, que de transmisión oral pasa a ser perdurable. La palabra magistral es la que es capaz de movilizar a las masas, y mover montañas, como bien nos enseñara Cristo en El Nuevo Testamento. La palabra bien empleada es mejor que una espada, nada se consigue sin ella. Por la palabra escrita sabemos de sucesos acontecidos hace más de 5.000 años. Cuando fallan las palabras sobreviene el silencio, la oscuridad y la muerte.
Hoy en día, en plena era de las comunicaciones, tenemos tanta información de lo que sucede en el mundo, que nos abruma, es más, somos observados desde alturas que superan los 700 000 metros del suelo por satélites de última tecnología que ha cuadriculado todo el mapa terrestre. Todo eso nos hace comprender que nuestra reserva e integridad dependen de voluntades que no conocemos. Eufemísticamente somos ciudadanos de lo que se llama la aldea global.

 Desde un principio muchos ya sabemos que es aldea y no-ciudad. La ciudad es para los dueños de tamaña tecnología, unos cuantos pocos en el mundo. Se supone que ellos, los de la ciudad global, no serán espiados. Pero a la vista de los sucesos del 11 de septiembre no es así.

 La tierra prometida reemplazada por el cielo prometido

La aldea global es justamente eso, o quizás menos que aldea: sitios escarpados, desérticos, inhabitables, y en el mejor de los casos selvas, mares y glaciales. En los sitios menos saludables de la gran aldea global deambulan seres empobrecidos de antiquísimas etnias, en busca de algo para comer, de agua. No saben de golosinas, de helados ni de la sombra reparadora de un árbol o de una morada digna. A veces, dependiendo el lugar estos seres humanos andan armados hasta los dientes, como en el Lejano Oeste norteamericano. Sus fatigadas vidas valen menos que una bala, pero tienen grandes ilusiones, prometidas por un dios benigno. La tierra no es digna de ser tomada en serio, el cielo prometido ha reemplazado la promesa bíblica de la tierra prometida. Un cielo ganado a fuerza de dolor y miserias espera en el infinito rincón de la paciencia y el estertor, es lo único seguro que ofrece el descanso a los huesos que solo sostienen harapos y llagas. La palabra de su Dios, que es el mismo nuestro, con otro nombre, les otorga la confianza suficiente para resistir envueltos en túnicas color tierra los avatares, y empuñan sus armas de fuego, gastadas sus culatas de tanto asirlas contra otros semejantes vengan de donde vengan a amenazar sus ya precarias existencias y fe de un mundo mejor. Viven peleando, defendiendo sus vidas hasta que llegue el instante de unirse a Dios.

 El que se siente representante de Alá

Ellos son componentes de una parte de la aldea global, pero están de moda porque alguien que dice haber asumido su representación y la palabra de Alá luchará por sus fe y derechos. Por eso están enardecidos, encendidos por la promesa, tal vez sea posible hacer descender el cielo a la tierra para poblar de verdor, de flores, pájaros, mariposas y amor el desierto. Aceptan jubilosos al líder joven, rico, religioso y guerrero, aclamándolo. El líder ha fijado como principal contrario del Islam y del mundo musulmán a un país que conoce demasiado bien. Tal vez se sienta como Moisés al rescatar a su pueblo de Egipto, o Espartaco en el año 73-71 antes de Cristo dirigiendo la rebelión de los esclavos frente al Imperio Romano. Conoce al enemigo del que en un momento fuera aliado en contra de los poderosos soviéticos. El guerrero religioso se llama Osama Bin Laden y afirma tener el poder para destruir al peor enemigo del Islam y de los musulmanes.

 ¿Las manos de Dios ensangrentadas?

En la ciudad global todo transcurre con normalidad aquel 11 de septiembre del 2001 hasta que un enorme pájaro de metal decide hacer su nido de fuego y acero en lo alto de un colosal edificio, orgullo, poder y estandarte de la gran nación. Y, antes de que la gente salga de su estupor, otro pájaro gigante, gorrión odioso, hunde su pico, cuerpo alas y cola en las entrañas del hermano de la torre que se derrumba sobre sí misma, arrasando y sepultando a su propia sombra, y entre ella al espanto. Brota la sangre que se vapora junto a los metales derretidos de miles de inocentes que sólo alcanzaron a escuchar el ruido de sus corazones, una vibración, antes de llenar sus pulmones de fuego y vacío. Nada más, quizás alguna lágrima espontánea, resignada se hizo humo blanco antes de fundirse a la colosal antorcha negra, cuál colosal brazo rasgaba el cielo en busca de un ángel para que borrara todo ese instante de espanto y restituyera la calma, la alegría y la paz de apenas unos pocos minutos atrás. Los ángeles no estaban en su sitio y siguió ardiendo durante horas, convirtiendo en cenizas y polvo a miles de personas, que no alcanzaron a entender que la ira de Alá se había cernido sobre ellos encargando sus muertes a simples mortales. Llanto humano en la cuna de la aldea global.
En la aldea global todos se estremecen, se mesan los cabellos, se desmayan y lloran. Nadie puede creer lo que se repite una y otra vez en las pantallas de los televisores. Pareciera un acabo de mundo, un ataque maldito, una pesadilla, que como una telaraña nos envolverá a todos, es cosa de tiempo. Estamos atónitos, la mayor potencia mundial, la más sofisticada y segura, aquella que tiene los espacios cuadriculados del mundo en un tablero, metro a metro cuadrado, la que cuenta con los mejores medios defensivos aéreos ha sido reventada por dentro, por debajo, subterráneamente donde los satélites y agentes entrenados no pueden observar. Las mentes desquiciadas y retorcidas que han maquinado esto se camuflan delante de sus trampas. Nadie nunca más estará seguro, ni arriba, donde escudriñan silenciosos los satélites, adonde apuntan los misiles, ni abajo, donde los terroristas “dormidos” disfrazados de hijos, padres, hermanos o enamorados buenos, son capaces de toda atrocidad en cuanto reciban la señal del cielo.

 El estigma del fin del mundo

Otra vez, como hace 500 años, cuando los aztecas vieron cumplirse la profecía de Quetzaltcoalt que decía que la Quinta destrucción del mundo comenzaba, coincidiendo con la llegada de los invasores hispanos barbirrubios, que de sus naves con cañones y mosquetes hacían tronar el cielo y la tierra, cualquier intento de oposición era inútil. Contra el designio de los dioses no se puede luchar, la resistencia aunque fuerte enconada y cruel fue débil, apenas un reflejo instintivo de sus brazos armados ante la embestida del conquistador.

 

El estigma del fin del mundo ha estado siempre en la cabeza de los pueblos. La amenaza atávica de la especie que pende del miedo a la vida, del temor a la muerte, a lo desconocido. Que crea dioses, edifica templos y eleva altares. Que sacrifica, que esparce las entrañas y miembros al viento de los que verán a las deidades en sus ciudades de oro. Por el temor a que caiga la ira divina y barra de cuajo al infeliz mortal, pasajero consciente de su propio acabo de mundo, cuando recién comienza a descubrirlo. Todas las razas, todas las culturas, desde remoto han creído en el fin del mundo y han realizado rituales y rendido tributo a los dioses. Está en la memoria atávica y subconsciente de la humanidad el miedo al acabo de mundo. Escrito está por la palabra que llegará alguna vez el temido fin de mundo masivo, aquél que dejará ruinas que ni los insectos poblarán. A nadie le interesa el fin de mundo individual, familiar, tribal, o colectivo de millones de refugiados. ¡Que mueran como sea, como quieran, o como la vida les trate, no tiene importancia! Lo que asusta y aplasta el alma contra la razón son los signos de la destrucción del mundo. Ese fin del mundo anunciado por los profetas, por los autores de ciencias ficción y por los locos. Esos seres en sepia que vemos cómodamente desde nuestras casas por la tele no nos conmueven para nada, quizás porque nos producen la impresión de ser sucios, de marrones, de blancas y percudidas túnicas, de cobrizas y oscuras telas, que parecen teñidas por la lengua de un despiadado horizonte solar, porque desde sus turbantes cuelgan barbas negras, grises y blancas, porque son esqueléticos, tristes, de reseca tez, de negros y afiebrados ojos agresivos y orgullosos. Ellos son lejanos para nosotros y no se merecen más que nuestras frías miradas distraídas. Sus dramas no nos interesan, es su problema, su “karma”. ¡Que vivan siempre en guerras, que sean perseguidos, por algo será! Y que sean adiestrados para pelear desde las cunas, para combatir contra el enemigo de sus existencias miserables, siempre escondidos al filo de la luz y de la oscuridad, con pulmones de arena y escorpiones, blandiendo las armas como juguetes a la espera del blanco. Mientras no seamos nosotros no tiene importancia. Tampoco nos impresionan sus ojos tristes, afiebrados, que claman misericordia y amor al frío ojo sin pestañas de las cámaras de televisión. No nos impresionan los llantos de las madres aldeanas, porque visten diferentes. Porque imaginamos que no huelen bien, porque pensamos que sus lágrimas y gritos de impotencias son virtuales y no tienen la transparencia y pureza de las lágrimas de nuestras madres, hermanas, novias y esposas. Tampoco nos conmueve la mirada penetrante de un padre que mira fijo a la cámara de un periodista de la CNN mientras su hijo se retuerce en una camilla sin atención de ninguna especie. ¡Es el fin del mundo! Es lo que desea intensamente en ese instante, y como él millones. Mientras su hijo se queja agónico y él no puede hacer nada más que acompañarlo, mientras el corresponsal de guerra cubre la noticia y se gana el sueldo, o la muerte con ello, éste pobre hombre musulmán desea en una oración silenciosa, la muerte de todos nosotros. Sus ojos son balas de dolor, misiles de impotencia, bombas de llanto contenido, veneno corrosivo de amargura, bacterias que penetran en nuestras apacibles mentes para acabar con nuestra indiferencia. Pero no nos impresionan estas imágenes, apenas dejamos de succionar la cuchara de té o postre levemente sin asco. Es que estamos tan acostumbrados al fin de mundo de los demás, de los sucios, de los pobres, que no nos interesan. Con un cambio de mando de control o del televisor nos sacudimos de tanta miseria y penetramos al de la belleza otra vez, al universo de la paz, del amor, de la seguridad, la música y de nuestros grandes y pequeños problemas personales.

 El intento de cumplir las profecías

Donde quiera que os encontréis, la muerte os alcanzará, aun si estáis en torres elevadas. Si les sucede un bien dicen: “Esto viene de Alá”. Pero si les sucede un mal, dicen: “Esto viene de ti”. Di: “Todo viene de Alá. ¿Pero, qué tienen éstos que apenas comprenden lo que se les dice?
El Corán, versículo 78

Un poco más allá, minutos apenas, a ojo de satélite, dos edificios han sucumbido sacudidos por pájaros arteros y con el derrumbe colosal de una mole orgullosa, entre humo, fuego, cenizas y polvo. El desplome instantáneo apaga el grito desgarrado de miles de inocentes, que sin percatarse de lo que sucede todavía asocian algún ruido atroz grabados en sus mentes con el temblor y crujir del piso antes de perecer víctimas de la infamia del terror. Sus sueños, sus ilusiones, su aporte al mundo, de cuajo han sido sesgados. Nadie da crédito a sus ojos, es quizás la nueva propaganda de una película de Steven Spielberg que se anuncia al estilo de Hollywood, pero no es así, la realidad repetida una y otra vez desde todos los ángulos nos confirma que es realidad, tan real como nuestro miedo y respiración entrecortada. ¿El Corán autoriza esta matanza? ¿Viene de Alá este castigo, Bin Laden, o de ti? La verdad es que no entiendo.
Es increíble, asombroso que eso haya podido suceder en el país más querido, admirado, temido y odiado del mundo. ¿Será una señal del fin del mundo? ¿Habrá que repasar las profecías? Apenas estamos en el 2001, ¿no nos habremos retrasado en los cálculos y hoy recibimos el cumplimiento de los dioses sobre nuestras pecadoras cabezas? Debemos repasar nuestras conductas y arrepentirnos. El pánico nos lleva a las profecías y a Nostradamus también.
Las torres, aplastadas sobre sí mismas, humilladas en su esplendor, guardan entre sus escombros polvo y cenizas aparte de la sangre de la inocencia vaporizada. La sangre solidaria de los bomberos, policías y tantos mártires que, habiendo podido evitar su sacrificio decidieron ir al rescate con fiereza y amor al prójimo acudir al grito, al quejido, al lamento desgarrado que les llevó hasta el fondo de la gratitud y el heroísmo.
Luego del estupor presidencial Bush, pide calma e informa del ataque a Estados Unidos, por el terrorismo internacional y da cuenta de los daños al Pentágono, la sede militar que vela por la tranquilidad del planeta. Su voz apenas es audible, e informa que quienes están detrás de este atentado lo pagarán caro. Durante días y días, mientras continúan los rescates de cuerpos, y se espera milagrosamente encontrar a gente con vida, el presidente va perfilando al, o a los culpables. Pronto aparecerá el nombre del cabecilla, el autor intelectual del infernal ataque terrorista. Se llama Osama Bin Laden.

 En la tierra de Osama Bin Laden

En el otro extremo de la aldea global el propio Osama Bin Laden reconoce su implicancia y amenaza con más ataques al enemigo del pueblo musulmán y del islam llamando a la guerra santa a la Yi Had. No le tiembla la voz, al contrario la maneja y enfatiza con cuidado. Sus gestos son pausados seguros, teatrales y majestuosos, detrás de él descansa un fusil. Su discurso habla de justicia, de reivindicaciones, y podría decirse que hasta de amor a su pueblo. Si no fuera porque se refiere al enemigo como enemigo de su fe e infieles, y se aprecia la intolerancia a otra fe, y a otras costumbres, rituales y sacramentos, su mensaje podría representar la voluntad de Alá y de su pueblo. Pero Alá como Jehová o Dios, es un Supremo ser de amor, bondad y sabiduría, entonces vemos que interpreta mal los designios divinos. No nos podemos hacer la idea de un representante de Dios como un asesino, eso lo descalifica, si es que de verdad lucha por dar un lugar y una dignidad al pueblo que representa o por difundir al profeta Mahoma.

 Wanted! Wanted!

El presidente Bush pone precio a su cabeza Wanted! –dice-, vivo a o muerto y pide a Afganistán que lo entregue, o si no pagarán las consecuencias por ocultarle y todo aquél que le ayude. Al cabo de unos días de marcado nerviosismo y desesperados tratados diplomáticos comienza un feroz bombardeo, un misileo inacabable en busca de las guaridas de los talibanes que como topos no se ven en los devastados territorios. Las noticias de la CNN presentan a niños, ancianos y mujeres heridos y muertos, no son muchas las bajas militares hasta el momento, pese a que se habla de encarnizadas luchas entre la Alianza del Norte y los talibanes. Tendremos que habituarnos a que en esta guerra no habrá bajas militares, sino civiles e inocentes: niños, mujeres y ancianos. La lucha de los espíritus es real, porque efectivamente se nos habla de lucha y sólo apreciamos cuerpos destrozados de civiles, de niños y ancianos. Vemos los cohetes en la oscuridad, en la mira verdosa de un cuadrante infrarrojo, caer enfurecido y explosionar sin ruido en una tierra resignada. Luego aparecen los Hércules C-130, enormes y pesados, tanques aéreos que repasan a cañonazos a 601 km/h la desértica tierra hollada y humillada por décadas de guerras humanas. La supremacía aérea está asegurada por la mayor alianza militar del planeta, la más poderosa. Ni los buitres están libres ahora, los despojos de los muertos en la carnicería vengativa se pudrirán al sol; pero no se ven soldados muertos aferrados a sus fusiles o espadas sino lo que ofrece la televisión: ancianos, niños heridos, hombres levantando escombros, de lo que fueran sus viviendas, incendios, grupos que huyen, seres humanos que reciben del cielo alimentos, que sonríen y agradecen al cielo. No se ven combatientes, sólo noticias, reporteros famosos que nos hablan del curso de los acontecimientos y de lo difícil que es para ellos cubrir las noticias. El gobierno de Estados Unidos reconoce las equivocaciones de blancos, primero fue un local de las Naciones Unidas, mueren 4 funcionarios pacifistas, luego un almacén de la Cruz Roja. La infalibilidad de la precisión que nos habían informado por la tele no es tal, los misiles y los obuses, de última generación y tecnología, se equivocan como los humanos. En esta extraña guerra entre fantasmas sólo mueren civiles.

La guerra de los mundos/ The war of the worlds

La guerra de las viejas bacterias

En mayo de 1938 millones de norteamericanos fueron presas del terror, una emisora de radio transmitió noticias que les sobrecogieron: los marcianos invadían la tierra y estaban aniquilando el planeta, abrasando pueblos, reduciendo a escombros y cenizas todo lo que se pusiera por delante como a toda fuerza capaz de oponérseles. Durante más de 8 horas la radio anunciaba los partes de guerra que llegaban y el pánico no se hizo esperar. La gente asustada se disparaba a correr por doquier y algunos enloquecían y se suicidaban. Era el fin del mundo. ¡Una pesadilla! La policía al enterarse de que todo era un radioteatro tuvo una dura labor para convencer a las multitudes de que no era real lo que habían escuchado y que debían tranquilizarse y volver a sus casas. Los horripilantes marcianos de enormes cabezas no existían, era un libreto realizado por un joven talentoso a cargo de programas especiales en las radios de nombre Orson Welles, que adaptó La guerra de los mundos del autor de ciencia-ficción inglés H. G. Wells. Como en la novela y la posterior película o filme del mismo nombre. Los poderosos e invencibles y temidos marcianos capaces de resistir la bomba atómica finalmente son derribados, -junto a sus naves y al terrible “rayo quemante” que pulverizaba todo- por las terrícolas y poco inteligentes bacterias.
Encontramos en esta somera introducción tres elementos: el miedo al fin del mundo, representado por la invasión marciana, el pánico colectivo, y el poder de las bacterias. Es posible que Osama Bin Laden haya visto alguna vez esa vieja película o haya leído la famosa novela ( The War of the Worlds) que le diera la idea para fraguar en el futuro una guerra bacteriológica contra el país a quien imputa todos los males. Sobre las plagas hablan la Biblia y el Corán también. Laden sonríe. En la Edad Media los fuertes asediados recibían restos descompuestos de animales con plagas. El terrorista religioso sonríe: ¡Volverán las viejas plagas! A pesar de los temores los científicos nos alertan diciéndonos que tenemos suerte de que los terroristas hayan podido desarrollar el virus ántrax en vez de otros más letales, debido a que se requiere mucha tecnología superior para producir los cultivos de otras plagas. Pero tal como la noticia de la invasión marciana de H.G. Wells, el mundo siente miedo. Pero la invasión extraterrestre ha quedado congelada por el momento, a cambio de la guerra de fantasmas, las máquinas de última tecnología y las viejísimas bacterias.

 La guerra de los rumores y de la propaganda

Con el dominio de los cielos en Afganistán comenzará la escalada militar de los aliados por tierra. El ejército más poderoso, contra el más fanático entrará en acción. Mientras tanto se nos informa por el embajador de Pakistán Abdul Salam Zaeet que ahí se iniciará recién la verdadera guerra... ¿Y la lluvia de cohetes cruceros, y los interminables bombardeos de pueblos y villorrios, acaso no es guerra?
Los talibanes están armados, hacen rehenes importantes, son miles y cada vez aparecen más dispuestos a unírseles, pero nos hacen saber los medios de comunicación que muchos de ellos se convierten en desertores. Desertar en el desierto no tiene el mismo sentido que en Occidente, por lo tanto el enemigo puede estar disparando para todos los lados y a nadie esto le parece extraño. El peligro está en que lo único que no traicionarán estos soldados es su fe y si la guerra es contra de los enemigos del Islam puede que no acabe fácilmente, sino hasta el último creyente en el profeta Mahoma en el mundo. Ahí entonces la guerra puede adquirir otra connotación.
Rumores y más rumores nos afirman que los soviéticos en su guerra contra Afganistán perdieron materiales que permiten fabricar 20 bombas nucleares y se dice que Laden las compró en el mercado negro ¿Será cierto? Mejor es no pensar en ello.
Por qué no queréis combatir por Alá y los oprimidos, hombres y mujeres y niños que dicen: “ “¡Señor! ¡Sácanos de esta ciudad, de impíos habitantes! ¡Danos un amigo designado por ti! ¡Danos un auxiliar designado por ti!
El Corán, versículo: 75

 Atribuirse el designio de Dios

¿Encenderá la guerra santa, la Yi Had, Osama Bin Laden? Es posible que el hombre musulmán por moderado que sea sucumba a la tentación, todo depende de cuanto se prolonguen los bombardeos y ataques de los aliados. ¿Cuál es su mensaje? No puede ser otro que recurrir al fin del mundo, al fin del mundo de su cultura, de su raza, de su Dios. Recurre a la figura del demonio, su discurso es reivindicativo, político, pero a su gente les habla sencillo, con imágenes terroríficas del mal que existe en Occidente. Por eso se apilan eléctricamente a su lado viejos y jóvenes, jurando morir por Alá confiándose en el Sumo Poder del Creador de Todo.

En Occidente se recurre a la maldad del talibán, de su fundamentalismo, de su reformismo, de las leyes patriarcales y añejas que aplican, el ajusticiamiento en la vía pública. Las mujeres cubiertas de pie a cabeza y tantas cosas más, y sus derechos le pesan a los talibanes. Pero Osama Bin Ladín tiene también sus motivos para esgrimir: “Vean a sus mujeres despojadas de toda ropa, obscenas y lujuriosas, expuestas hasta sus átomos en las revistas y videos porno e Internet y en cualquier programa y espectáculo” “Vean la sodomía, el animalismo”. “Vean el culto al demonio, a la riqueza, al esplendor al egoísmo” “Eso es gratis, vean”. “Nadie pervertirá a nuestras madres, esposas e hijas, dice. Es mejor tenerlas cubiertas que denigradas en su más delicada condición”. “Vean como pretenden crear una nueva raza de seres humanos, con su diabólica tecnología y sabiduría. Admírense de cómo juegan a ser dioses, cambiando la voluntad divina de Alá que es el único y Supremo Creador de la Vida en la Tierra y el Universo”.

 A la búsqueda del terrorista

El mundo le busca por terrorismo y los seguidores musulmanes de Osama Bin Laden le ponen precio a la cabeza de Bush, al mismo tiempo gritando ¡Wanted! exaltados por las calles de sus tierras. Los portaaviones americanos e ingleses van a Pakistán y el talibán se hace humo o topo y comienza el ataque, un ataque que sólo arroja vidas inocentes y no el cadáver o los restos más codiciados que el mundo civilizado espera del hombre más odiado y temido en el mundo.
Y en la aldea global prende el temor de una guerra extraña, virulenta y nuclear. Nadie se siente a salvo ni seguro, un sobre infectado puede acabar con uno. La gran potencia que sólo miraba al cielo con temor y se preparaba para ello, tenía el germen incubado en sus entrañas. El contrario está decidido a todo, a lanzar cadáveres putrefactos de plagas a la cancha de golf de los ricos. Interpreta a Alá haciendo lo contrario a su amor y bondad infinita. Defiende a su pueblo arrastrándolos a una guerra sin sentido. Cree poder guiar el odio y resentimiento de su nación, por siglos postergados, humillados y frustrados por el camino del enfrentamiento directo. Sabe que morirá o que vivirá escondido hasta el fin de su vida, pero que cientos, miles nacerán de su ejemplo y nada detendrá la furia islámica donde haya un musulmán. Entiende que su pueblo que ha resistido a Gengis Khan, a los chinos, y soviéticos, vencerá a los aliados de nuevo; pero también sabe que su pueblo no resiste más y aspira a la paz. A él, esa palabra le molesta: paz. Carece de sentido para él. El mundo le busca porque ha sido capaz de acertar, como nadie ha hecho jamás, en el corazón de un imperio poderoso. Ni siquiera el Caballo de Troya, 350 A.C. contado por Homero en la Iliada hizo tanto estrago como sus obedientes soldados, que guiaron los aviones milimétricamente al corazón y cerebro de su enemigo. No será como Spartacus tampoco que 146 años A.C. condujo a la rebelión de los esclavos contra Roma. No le tomarán vivo ni la clavarán a una cruz, porque vencerán por la voluntad divina de Dios, que calcinará a los infieles pecadores. Osama Ben Laden, el soldado, profeta, enviado por Dios limpiará de la faz de la tierra al enemigo infiel.

 Héroes de carne y huesos y profetas

Por fin la guerra perfecta. Nunca antes la habíamos tenido igual: La Nación moderna, contra la más atrasada. La más admirada contra la más ignorada. El héroe contra el villano. La lucha limpia, quirúrgica, contra la guerra sucia. La unidad mundial contra la tribu desquiciada arrancada de alguna leyenda perdida de Las mil y una noches. La democracia y libertad en peligro contra los intolerantes de la libertad. Los pacíficos y libertarios contra los totalitarios. La lucha étnica de siglos disimulada por las arenas del desierto. El petróleo de los jeques y emires con excusados de oro, con piscinas y palacios de marmol, en el medio de montañas confitadas de ardiente arena, se pone sin disimulo con uno de los suyos, con la oveja descarriada, que no desea una vida de lujo y placeres, que prefiere las madrigueras, el olor de la pólvora, ser perseguido y acosado por ideales que al mundo le cuesta comprender, o que se niega a aceptar. El enemigo perfecto, un hijo noble de la riqueza, un poderoso en su raza, que se pone al servicio de una causa añeja, aplastada por la historia, que llega atrasado a arreglar el mundo por la vía violenta. Todo es perfecto: Las naciones unidas, la democracia en peligro, la especie humana amenazada en todo los rincones del planeta. Un líder perverso demoníaco que pone a su servicio a Dios. Coincide con el temido fin de mundo de Nostradamus, y de la Guerra de los mundos de H.G. Wells, y de la Quinta destrucción del mundo de Quetzaltcoalt. ¡Todo, todo calza! El enemigo es fácil, visible, como el de los comic, donde Superman, Batman y Robin, El Capitán Marvel, Flash Gordon, Buck Rogers, Johnny Hazard, Super Ratón, y tantos otros, con Rambo, incluido, han vencido a tantos perversos; pero este enemigo es real y tenía entre sus posibles planes atentar contra los parques de Walt Disney ¡Perfecto! ¿Quién puede ser tan perverso e inicuo para discurrir semejante atrocidad contra el mundo de los niños? ¿Puede ser el ratón Mickey, Pluto o el pato Donald, enemigo de Dios, o de causa política o revolucionaria alguna? El enemigo de ficción, alimentado por el temor de los americanos, en su cultura, elaborado hasta el cansancio en las revistas de ciencia-ficción, cómic, en el cine y televisión, por obra y magia de un fenómeno apenas explicable, se vuelve real, atacando sus símbolos de poder y gloria, en este caso, las torres gemelas, y el Pentágono, pillando dormido o de vacaciones al Hombre Araña (Spiderman), y a todos los superhéroes de papel juntos. Por eso el enemigo tendrá su guerra adecuada, a imagen y semejanza de Occidente, con plagas, con ratas podridas, con veneno, odio y amenazas. Suceda lo que suceda será derrotado por “las fuerzas del bien”. Cueste lo que cueste, demande el tiempo y los sacrificios que demande. Y para Oriente, el Oriente Cercano, el enemigo es perfecto, hijo predilecto de un hombre rico, poderoso, ex presidente, odiado y repudiado en muchos países pobres y en desarrollo que le recuerdan aun. Es el momento propicio para atacar. Bush para ellos parece un verdadero emperador romano, que sólo le falta la túnica blanca, con encajes de oro y la corona de laurel olivo para engarzar perfectamente en el papel de un tirano, encargando la persecución y muerte de todos los cristianos y en este caso musulmanes. Osama Bin Laden, como hombre experimentado, conocedor del alma humana, fogueado en traiciones, espera que los socios del gran americano de a poco le abandonen, cuando él presente los cadáveres de los niños, de las mujeres, de los ancianos mutilados, sangrantes e implorantes, a los ojos del mundo. Esa guerra, que se cobra solamente vidas civiles, gente inocente, que no sabe por qué es muerta, mutilada o herida, no la resistirán los poderosos. Es su punto débil. Osama Ben Laden lo sabe también, sonríe, es muy astuto. Debiera llamarse así: Osama el Astuto.

 La aldea global y su primera guerra del milenio

En la aldea global la primera guerra del milenio nos parece extraña porque hemos visto hasta el momento todo menos lo que nos parece una guerra convencional. Como nunca la palabra, la propaganda y la contra propaganda nos lleva a esperar que suceda cualquier cosa, pese a anhelar que todo acabe pronto. El no saber lo que ocurrirá en esta guerra nos lleva a desear intensamente que acabe pronto Inch' Allah! ¡Si Dios quiere!. Ojalá en un entendimiento que ponga fin al absurdo entre enemigos que, queramos o no, son tan diversos culturalmente que parece un enfrentamiento entre extraterrestres, pero no, no es así, tan distintos no podemos ser, aunque nuestros valores, claves, y cultura parezcan lejanos. Tenemos que buscar una salida que no sea la continuación del crimen y el odio sin fin. No podemos llevar a la simpleza algo que le puede costar muy caro a la especie humana, a la civilización, y a la esperanza de crear una sociedad multicultural, diversa, étnica y religiosa.
Llama la atención la falta de personas próvidas con la estatura moral suficiente capaces de imponer su autoridad en el conflicto y llamar a la calma, a la paz, a la concordia y a la razón. No las hay, y las pocas son demasiado cautelosas. Con los intelectuales sucede lo mismo. Pareciera ser que nadie posee el peso necesario para opinar, orientar, e influir en los acontecimientos a nivel mundial, global, o como quiera decirse. La diplomacia juega su función, pero no es suficiente, no se nota. No hay mensajes, no hay voces serenas y firmes que llamen a la razón a la cordura. Alguien que haga reaccionar a las partes en conflicto. Que si las cosas suceden es porque algo, en esta microscópica aldea global que somos, funciona mal, tan mal que conducen los hilos a la debacle sin razón. Todos creen y dicen tener la razón, pero la razón violenta, aquella que aplasta la visión, el entendimiento y la verdad. No es posible que un solo hombre sea capaz de fraguar tanta maldad, con una precisión de guillotina, a menos que sea un genio, una figura del mal, bestial y desgraciada. Si los que estén detrás de los crímenes del 11 de septiembre creen que van a cambiar el mundo así, no harán más que propiciar la destrucción de sí mismos también. El mensaje que quieren difundir al mundo de amor y ley de Alá entregadas al profeta Mahoma por el Arcángel Gabriel se esparcirá como un alquitrán en el desierto, desprovisto de la misericordia, sabiduría y bondad proveniente directamente de Dios. Deben entender, además que, una cosa es querer combatir un sistema egoísta, insolidario, déspota o demoníaco -como quieran llamarle-, y otra cosa es cometer genocidio asesinando a personas, sin considerar sus inocencias. A las personas no se les puede matar ni sacrificar en aras de ninguna ideología, ni divina o humana. A los sistemas se les puede combatir y cambiar y Occidente tiene sus herramientas democráticas para ello, aunque precarias funcionan sin privar vidas. Herramientas que se perfeccionan poco a poco. Pero hay que entender que si Occidente ha fallado en su amor solidario, en la comprensión y respeto de otras culturas religión o fe, es legítima entonces la lucha, la presión política y todo lo que sirva para llamar la atención y producir cambios sociales políticos y religiosos, pero sin despreciar la vida de seres humanos ajenos a sus problemas, porque eso no es más que locura, y nos cuesta creer que ellos, como seres humanos iniciados en la fe, busquen la aniquilación de la especie humana, incluyéndose a sí mismos por odio. Todo lo contrario de lo que Dios dijera.

 Justicia verdadera, Libertad duradera

Los caballos troyanos

Estados Unidos y sus aliados tienen una tarea muy complicada por delante en seguir hasta las últimas imprevisibles consecuencias con el plan Justicia Verdadera que reemplazó a Libertad Duradera, el primer nombre del ataque en contra del terrorismo. Si este ataque terrorista se hallaba maquiavélicamente estudiado, con varias etapas para producir el caos o colapso, es posible que todos los pasos a seguir por Occidente entonces estén considerados y existan etapas imprevistas al ojo civilizado puestas en marcha para ejecutarse. El riesgo es enorme para todo el mundo, porque el fanatismo no reconoce fronteras, pero sí el hombre civilizado que no puede degradarse a ese nivel.
El ojo por ojo, es parte de la prehistoria de la humanidad, que ha creado leyes precisamente para evitar hacerse justicia por las propias manos. Los más de 4000 años ininterrumpidos de los hombres en guerras de culturas, civilizaciones y étnicas, con sus barbaridades, usurpaciones y despojos, como sea se han ido humanizando a pesar de lo innoble que son. Los hombres se han esforzado por normatizar las guerras, por hacerlas honorables y hasta cierto punto justas, pero nunca serán bellas. Es que las guerras no pueden ser hermosas, ni siquiera las guerras mitológicas, por poéticas que sean nos ahorran el estremecimiento. El caballo de Troya, dejado en una playa turca ante la ciudad sitiada de Troya, que la curiosidad del pueblo troyano, una vez marchado el ejército griego y llevado al centro de la ciudad, nunca dio lugar a pensar que dicho caballo abandonado pudiera tener en su interior a soldados de elite que abatieron la ciudad. Historia contada por Homero que pudo haber sucedido 1.200 años AC. Las torres gemelas abatidas por pájaros colosales jamás serán poesía, sino drama y espanto.

 La aldea global necesita amor

En este juego de palabras donde nos cuesta ponerle el nombre exacto a las cosas y en donde el lenguaje se flexibiliza de acuerdo a los tiempos, nuestro mundo, que ha sido estático, un pedazo de tierra rodeado de mar y monstruos, pequeños espacios repartidos entre hombres, villorrios, aldeas ciudades, países y continentes, un planeta, de pronto adquiere el nombre de aldea global, porque por fin todos estamos intercomunicados a través de la informática y se busca una identidad común que permita simultáneamente la integración de lo diverso. Se busca la estandarización de la vida, y de las costumbres. El antiguo trueque convertido en negocio de alto nivel tiene la mayor jerarquía, mientras que la fe, lucha por la universalidad, arrastrándose y rengueando. Dios tiene un conflicto consigo mismo por sus diversos rostros y porque sus palabras y designios los humanos no podemos comprender en su esencia.
Esta globalización no es fácil, jamás lo ha sido, y en el bregar por los cambios algunos desean hacerlo rápidamente, y unos más lento, y otros luchan y se alzan todavía para que no haya cambios. Pero, se avanza, con mejores expectativas de vida y en comodidades para los que viven en el sector boyante de la aldea. Mientras muchos más siguen tal cual en los bosques, cavernas y desiertos. Nada es malo si es natural y se corresponde al estadio evolutivo de cada sociedad o grupo tribal humano. Lo que resulta triste, desafortunadamente, es contemplar en nuestros televisores que, aquellos infelices que no ocupan el lugar confortable de la aldea global, sufren la falta de recursos básicos de subsistencia, careciendo hasta de los elementos naturales como el agua...

 El lado obscuro de la aldea global

Como están en el lado oscuro de la aldea global, ellos conocen nuestras cómodas vidas y miran hacia el ojo de las cámaras de los periodistas, sedientas de desgracias, con resentimiento y odio y se resignan a encontrar en otra vida un mejor pasar y aceptan sus miserias como la voluntad del destino o Dios, y claman por justicia. Una justicia que les encantaría presenciar si hubiera un acabo de mundo para los infieles; aunque fueran ellos los primeros en hundirse. Los infortunados piden a Dios el acabo de mundo.
No has visto a aquellos a quienes se dijo: ¡Deponed las armas! ¡Haced la azala y das el azaque! Cuando se les prescribe el combate, algunos de ellos tienen tanto miedo de los hombres como deberían tener de Alá, o aún más, y dicen: ¡Señor! ¿Por qué nos has ordenado combatir? Si nos dejaras para un poco más tarde... Di: “El breve disfrute de la vida acá es mezquino. La otra vida es mejor para quien teme a Alá. No se os tratará injustamente en lo más mínimo.
El Corán, versículo 77

Entonces el acabó de mundo, para los opulentos, mezquinos, fornicadores, adoradores del placer y la riqueza, es una forma de justicia prometida por Dios y deseada por los pobres como una venganza. Este sentir se transforma en un estigma, siempre deseado, siempre temido, que en mitos y en profecías pesará en todas las épocas y generaciones, especialmente ante sucesos escatológicos naturales, guerras o hechos criminales horrorosos. Si ese mundo doloroso para los miserables significa una buena vida, la tierra prometida bien vale la pena pelear y morir en combate. De esta forma es posible comprender el fanatismo de quienes desean luchar por lo que ellos llaman una guerra santa, de un Dios patriarcal, agresivo y contradictorio, que pareciera olvidar que todos los que lidian a muerte entre sí son sus hijos también. Si esto da para un debate teológico, sobre los misteriosos y contradictorios designios divinos, debemos buscar humanamente la salida teológica, política, social y humanitaria más cuerda al conflicto. Probar también a Dios, en nuestras propias oraciones, invocaciones o pensamientos, cuando dirigimos nuestras miradas al cielo, para que nos ayude a entenderle. Porque si en su momento sirvieron a viejas civilizaciones sus pretéritas palabras, como es Dios Eterno (que no tiene tiempo), nos compete a nosotros, con actual criterio, interpretar sus palabras, advertencias, admoniciones y leyes, y es seguro, que no quiere que nadie se mate en su nombre. Si lo entendemos así es porque de nuestra profunda conciencia humana le hemos escuchado a Él. Nuestro papel, en la aldea global es hacerle llegar este mensaje a los combatientes que enfervorecidos ante la lucha que consideran una guerra santa, mucho más santa es la voluntad de Dios –su mismo Dios- que dijo: Amados los unos a los otros.

 La cancha de golf amenazada

Esta globalización lentamente va introduciendo cambios y modelos de conductas como reflejo a imitar espontáneamente por todos. Las guerras tribales, de naciones tienden a desaparecer, dejando en manos de los más poderosos en tecnología armamentista el control y disuasión de las mismas. Nacen mecanismos que aúnan los criterios políticos, diplomáticos y comerciales y las pautas a seguir. Pero el mundo civilizado no puede ignorar que el otro pedazo de la aldea global se ha quedado desde hace mucho tiempo atrasado a la sombra del progreso. Y ante el compromiso que significaría abiertamente ayudarle, cierra los ojos y se olvida que ese mundo sin colores alegres espera. Y que cansado de ese olvido y desprecio nos remece con un acto de violencia inusitada, que nosotros creíamos desterrada de la faz de la tierra, para que escuchemos sus lamentos.
Y nuestras canchas de golf, radiantes de sol y flores, de pronto nos parece un campo minado. Nuestras hermosas ciudades de súbito se tornan peligrosas y amenazantes y en todas partes encontramos un caballo troyano, sin saber que lo teníamos con y entre nosotros. Alguien pretende arrojar las plagas bíblicas y del medioevo, a nuestros campos de juego, a nuestras ciudades y casas. Alguien que no ha sido capaz de articular un mensaje humano pretende hablar como un demonio, como un poseso; si sólo le hubiera bastado escribir un libro para narrar el sufrimiento de su pueblo, o el suyo propio. Le falta el verbo, el don divino, la gracia, la joya de la imaginación, la sabiduría del maestro, la paciencia del poeta, que de una letra cuelga el universo. Cristo derrotó a los violentos con humildad, Gandhi también venció al poderoso ejército inglés sin disparar un tiro con la humildad del cordero.
En Medio Oriente, los terrenos de Dios, la tierra prometida de Israel y Palestina, se hacen polvo amasado con la sangre de hermanos que sólo ven las diferencias, sin importarles que pertenecen a esa tierra por igual, que son hermanos, y que por cada inocente que muere por la lucha absurda que les envuelve, la fe de muchos se marchita en la aldea global que les observa.

 La fuerza de las palabras, el poder de la fe

Nos viene la desesperación y ante de que nos sigan amenazando, poniendo en peligro todo nuestro sistema, decidimos el camino a seguir apoyando una guerra, que no es guerra, sino un correctivo, en una tierra donde creemos hay crianza de caballos de Troya. Pero se hace manifiesta que la violencia tecnificada hasta el infinito, no es una guerra santa, una guerra de dioses, de héroes mitológicos, ni siquiera de soldados, sino de fantasmas metafísicos, de humo y estampidos, que sólo arrojan víctimas humanas inocentes hasta el momento.
Es una guerra distinta, primera vez en la historia de los hombres, que antes de los bombardeos, primero los aviones dejan caer alimentos y medicinas sobre el pueblo. Faltan los ataúdes cayendo en paracaídas. Es la guerra perfecta. Pero progresamos, vamos a la humanización total de los conflictos armados.
La aldea global necesita convertirse en un planeta global, donde sea posible la coexistencia de todos los seres humanos en paz, con todas sus diversidades y creencias, en donde la solidaridad y la bondad acaben con los fabricantes de caballos locos troyanos, en donde respetemos la creencia de los demás independiente al nombre que le tengan puesto a Dios, porque Dios es uno sólo y rige para todos por sobre nuestros egoísmos y limitaciones. La fe compartida desde el respeto, la tolerancia, la solidaridad del amor debe predominar por encima de todo concepto inhumano. ¡Inch' Allah! ¡Dios quiera!
Y si las palabras son nuestro génesis, lo que da origen a nuestras vidas y Dios es una palabra misericordiosa, hará que en todos los corazones nadie encienda una guerra en su nombre. Dios quiera Inch’ Allah, que envíe a sus ángeles e ilumine a los humanos más excelsos, para que contribuyan con sus inteligencias y dones a llevar la paz a los corazones de lo que están en guerra. Para que pongan razón donde sólo hay oscuridad y tinieblas.
Pedimos un signo de su inmenso poder ahora. Un signo que sea capaz de detener el incontenible río de odio y sangre por el que los hombres justos se lanzan a la guerra. Guerra que no es guerra. Un signo que permita detener la lucha equivocada de aquellos que, sintiéndose justos en sus causas, son injustos en sus hechos, porque lo único que conseguirán es despertar la ira divina, del Dios amado. Y eso será triste para sus corazones que sólo querían agradar al Dios de Paz, sobre los cadáveres de los inocentes.
Demuestra Dios entonces tus signos de paz, de confianza, incluso a quienes tenemos debilitada la fe. Muestra ya que tus ángeles, los hombres y mujeres de bien, son capaces de imponerse sobre la muerte, el mal y la locura. Haz un signo. Uno solo Inch Allah! ¡Dios quiera!

Un invento sin futuro / Víctor Aquiles Jiménez

Víctor Aquiles Jiménez



Un invento sin futuro





Venía desde lejos a presentarme una novedad. Concerté una cita con él en Gotemburgo. Le precedía una cierta fama exótica, empero, poseía un gran prestigio académico internacional y varios doctorados honoris causa. La principal evidencia de su inteligencia la refrendaba su pobreza. La curiosidad por lo científico me hizo asistir al encuentro porque en su carta me decía que con su invento yo podría tener activa participación ¡y ganancias!
Nos juntamos en un local tipo Mac Donald de comida rápida, porque el presupuesto no daba para lujos. Mientras Anders Larsson, el intermediario de nuestro encuentro hacía los pedidos, yo observaba al científico cincuentón con aspecto de hippie bastante venido a menos, que se refregaba las manos con nerviosismo. Sobre la mesa dejó un manojo de papeles fotocopiados, que inconscientemente afirmaba con los codos ante la eventualidad de un robo. Sonreía cada vez que le miraba, dejando ver unos dientes disparejos, pero firmes, tan naturales como su cabello esparcido como un payaso, todavía rubio, que coronaba una pelada rosada. Cabeza semejante a la mía, que como él, lucía una calvicie cana disimulada por un corte de pelo moderno casi al cero. Yo tenía ansias de entrar en el tema, mientras llegaban las hamburguesas, las papas fritas y la cola. Por fin apareció Anders haciendo equilibrios, desparramando papitas y líquido encima de los documentos. El inventor sueco mirándome con complicidad me dijo: “Usted es sociólogo, tiene hoy una gran oportunidad de hacerse famoso y rico como tal”. Habló esto, mientras que con el dedo índice hundía el hielo en la bebida. Anders comenzó a engullir su hamburguesa con gran ruido y quejidillos de placer, y por sus bigotes pintados de ketchup colgaban algunas papas fritas, cuando todavía nosotros no desenvolvíamos las nuestras. Comía rápido para poder traducir.

Pero esos detalles no vienen al caso, ya que el asunto de marras es el importante. El invento consistía en un detector de mentiras para políticos. Un detector especial, parecido al detector de mentiras aún vigente y con éxito en USA, empleado por la justicia para saber cuando los acusados dicen o no la verdad. La particularidad de este aparato sería perfeccionar la débil democracia. Poco a poco vine a entender el asunto, después de una peculiar introducción de ética y moral que el inventor me diera, diciendo que la ciencia avanzaba increíblemente, pero no así la democracia, como consecuencia del cinismo, de la mentira, de la falsedad, lo chato y mala leche de la mayoría de los políticos que la utilizaban tanto para un barrido o un fregado haciendo luego lo contrario a lo predicado en las elecciones o cuando están en el poder.

¡Su invento podría revolucionar y hacer avanzar el mundo a saltos si se pusiera en práctica! Me dijo que lo tenía registrado, pero que nadie se interesaba en él, ni siquiera en Suecia. Creía que en Sudamérica, o en Chile podrían emplearlo. Me pareció buena la idea.

El sistema era simple, consistía en dotar a las cámaras de televisión y a los televisores caseros de un dispositivo de sensores capaces de “medir” la sinceridad de los políticos en los programas. Tal como hacen los estudios televisivos y de radios, al controlar sus límites de audiencia. Cómodamente en sus casas los espectadores podrían apreciar en un marcador luminoso en sus pantallas de manera automática la sinceridad de los entrevistados y sacar sus propias conclusiones...

Por un instante me vi millonario y famoso, pero pronto aterricé, dándome cuenta que el invento era muy adelantado para nosotros y que no encontraría apoyo alguno; es más sería combatido y yo caería en desgracia. No fue necesario expresarle nada al inventor sueco, su inteligencia le hizo comprender mi tácita negativa. Sus azules pupilas rezumaban tristeza. Anders ante el silencio de los que él creía eran ingenuos sabios locos, acabó con las dos hamburguesas nuestras y las papas fritas, confitadas de sal, lacias ya por la grasa enfriada.


Biografía:
Nació en San Antonio, el 17 de junio de 1944 en Chile, pero su padre en un olvido involuntario lo inscribió el día 9 de julio del mismo año. Comenzó como dibujante, libretista radial, fotógrafo, periodista, director teatral y titiritero. Hizo su servicio militar en 1963, y 10 años más tarde sufrió las consecuencias del derrocamiento del presidente Allende pagando con ello finalmente luego de muchas adversidades con el exilio en Suecia. Como autor ha logrado un especial estilo, intentando humanizar el cuento de ciencia ficción. Sus trabajos en este género circulan en revistas culturales y universidades de las Américas y Europa. Sin embargo siente una gran y natural atracción por el género infantil y juvenil, y ha escrito extraordinarios cuentos y una novela Don Cometa el profeta de los niños, ahora Megalaxia Ciudad Infinita en el 2005, esta obra vio la luz en Chile en dos ediciones 1981/ 1985.Recientemente ha sacado el Libro de las profecías felices, que es una segunda parte de Megalaxia Ciudad Infinita. Llegó como refugiado político a Suecia, trayendo a su esposa, un hijo; (que ahora son tres) sus libros publicados en Chile y numerosos originales, más un morral con los libros de sus autores favoritos. Varios premios literarios jalonan su trayectoria y en España en 1994 publicó Cuentos ecológicos, cuando esa temática no interesaba a los escritores, siendo entonces uno de los pocos autores concienciado y comprometido con la ecología, el medioambiente y la Tierra. Fue así que al darse comienzo en Francia las pruebas en el Atolón Mururoa. Víctor Aquiles Jiménez H. fue el único intelectual que se hizo escuchar través de un programa emitido por la Radio Nacional de España a todo el mundo el 30 de agosto de 1995 en Claves de América, conducido por el periodista Luis Arancibia y Ana Segura, que dieron vida a unos de sus cuentos El sacrificio olvidado del libro citado. Como ensayista uno de sus trabajos más reconocidos internacionalmente es Conciencia del límite publicado en la revista Cátedra de Derecho y Genoma Humano de la Universidad de Deusto, en el año 2001. Este mismo trabajo es citado en numerosas revistas científicas, tanto médicas como de derecho de Europa y América. Es delegado oficial de la Sociedad Científica de Chile en Suecia desde 1989. Fue propuesto como Miembro Agregado por el Dr. Eduardo Frenk (Premio Doctor Honoris Causa por la Universidad de la Paz 1988), Presidente de la Sociedad Científica entonces. También en vida el reconocido Dr. Alfredo Givré, de nacionalidad argentina, Director de la Fundación Givré le nombró delegado en Suecia en 1989. Ha sido corresponsal de numerosas revistas culturales y centros educacionales. Actualmente es socio CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) y se encuentra participando en la lucha por la defensa de los derechos humanos de los escritores a través del respeto de la propiedad intelectual. Está en trámite su ingreso a la ACE Asociación Colegial de Escritores de España. En Suecia ha estudiado el idioma, comercio, numerosos cursos de cultura escandinava y ha impartido charlas de literatura hispanoamericana. Víctor Aquiles Jiménez H. es Doctor en Sociología en la Pacific Western University de California, USA. Aboga porque los sistemas de enseñanzas cambien en el mundo instaurando una educación que forme seres humanos y luego a profesionales.

Cultura de Veracruz / José Luis Velarde

En el mundo de la cultura mexicana hay un conjunto siempre variable, pero con tendencia a la baja, de revistas independientes que responden a la necesidad de publicar textos de mil hechuras distintas. Los autores repartidos en toda la extensión territorial; los de la capital y los de tierra adentro, como llamara el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a todos los ubicados en provincia, escriben y demandan páginas donde la poesía, la narrativa y el ensayo los lleven hasta el público en un encuentro que siempre se supone jubiloso. Sin embargo, la realidad ofrece penurias interminables, las publicaciones languidecen y los lectores parecen cada vez más escasos. Podría decir un poco en broma y bastante en serio que un buen lector mexicano comienza a aproximarse a un ente utópico; un ser irreal que de vez en cuando se dirige a una librería para buscar un buen libro quizá imaginario.
Libros y revistas no abundan en estanterías donde los secretos del corazón, las crónicas de las estrellas, las fotografías de carnes esplendorosas y las historietas, menos llamativas a pesar de las perversiones del manga, se codean con recetas de gastrónomos apoyados en programas televisivos, donde también se promueven lecturas que no incitan revolución alguna del pensamiento. Es más fácil vender fórmulas que promueven la superación personal que un libro de poesía. Es más simple ofrecer manuales que prometen el aprendizaje de Windows Vista, en dos semanas que presentar un volumen de cuentos de un autor regional. Es notoria la franca superioridad de los textos que no buscan promover literatura alguna, pero puedo afirmar que las librerías, al menos las pocas existentes en mi entorno, ceden cada día más espacios a otras promociones que ofrecen mejores posibilidades comerciales. En un rincón, ocupado durante años por revistas y libros dedicados a la astrología, ahora se yergue una máquina tragamonedas que vende refrescos helados a cambio de una buena cantidad de monedas, por aquí y por allá proliferan muebles bien diseñados que exhiben cigarrillos, calendarios, agendas, colecciones de estampas, billetes de lotería, juguetes de bajo precio y los antojitos menos nutritivos. El papel y sus letras, incluso las malas, desaparecen en una estampida que levanta escaso polvo y no mortifica a nadie, porque los testigos hace tiempo dejaron de notar las cada vez más aceleradas ausencias de cualquier literatura, aún la deleznable.
¿Azares de la educación?
¿Meros hábitos de consumo?
Hojas de papel volando hacia ninguna parte como parodia del Son de la Negra donde lo que vuela son ojos tan ciegos como la ausencia. Ojos que no leen donde el viejo refrán augura corazones que no sienten. Y es que desde mi humilde punto de vista debería decirse: Ojos que no leen, corazón que no siente.1 Quizá ahora mismo el lector me acuse de trastocar refranes a mi conveniencia, pero el dicho que todos conocemos, más que referirse a la vista, debió relacionarse desde siempre con la mirada interior engrandecida por la lectura. Sin ella, las palabras y sus connotaciones dejan de alimentar el pensamiento. Bien sabemos que los ojos no siempre ofrecen la mejor interpretación del mundo que nos rodea. Y al mencionar esta frase es inevitable recordar el cartel colgado por Gustavo Alatriste en cada una de sus salas cinematográficas construidas en México durante la década de los setenta. Si la memoria no me falla era inevitable leer en los vestíbulos: La moral se encuentra en los ojos de cada espectador, sin dar crédito alguno al proverbio: Beauty is in the eye of the beholder, (La belleza se encuentra en la mirada del espectador), aparecido en un capítulo de la Dimensión Desconocida de 1965, donde tampoco se daba crédito a la sabiduría popular ni a Antoine de Saint-Exupéry quien ya había escrito: Lo esencial es invisible para los ojos y sólo puede verse con los ojos de la imaginación. A fin de cuentas hay referencias de expresiones parecidas que fueron pronunciadas en el mundo griego trescientos años antes de Cristo.
William Shakespeare en sus Trabajos de amor perdidos, publicados en 1551, expresa: La belleza existe por el juicio de la vista. Benjamin Franklin en su Almanaque del pobre Richard, de 1741, refiere: La belleza como supremo dominio sólo es soportada por la opinión, pero David Hume en sus Ensayos sobre moral y política, de 1742 retoma el concepto original surgido del refrán alterado al expresar: La belleza en las cosas sólo existe en la mente que las contempla.
Algunas hojas de papel volando se ausentan y otras buscan reafirmarse como fuente fundamental del conocimiento, porque sólo con las palabras y sus significados podremos aproximarnos a la verdad, cualesquiera que ésta sea, como el ente simbólico que somos. De una u otra manera, ya sea legal y con derechos de autor cubiertos o en lomos de la piratería más vil, la literatura abandona sus cauces tradicionales para multiplicarse en la internet cada vez más llena de posibilidades. O, mejor dicho: Ahí están los libros valiosos, las novedades, los incunables, los maltratados por la crítica, los que nunca se publicaron en papel y los que hubiera rechazado cualquier editor de prestigio; en otros sitios pueden descubrirse los best sellers, los tirajes limitados o los autores de nuevo cuño, pero ninguna categoría se encuentra entre las más visitadas por mis compatriotas. Es indudable que la literatura en los formatos tradicionales enfrenta la crisis del conocimiento, la crisis del papel, la crisis de la competencia impuesta por la red, la crisis del fomento a la lectura, entre tantas otras crisis incrementadas por la crisis económica mundial y, lo que es peor, sufre la crisis representada por la falta de lectores en cualquiera de los ámbitos donde logra manifestarse.
Y al reflexionar sobre las posibilidades que ofrece este alimento espiritual tantas ocasiones propuesto, pero pocas veces llevado al entendimiento y la vida cotidiana, resulta necesario recalcar cómo la lectura languidece en nuestro país que de ninguna manera es el país de lectores previsto por la publicidad gubernamental como buen deseo oficialista y meta distante como un sueño de ornamento.
En paisaje tan nebuloso cobran mayor atractivo los afanes de los editores independientes que aquí y allá; tierra adentro o tierra afuera (creo que Tierra Afuera ubica mejor a los que no se encuentran en el Distrito Federal.); centro absolutista o centro abierto. Publican uno, o muchos números, en trayectorias sujetas a ventas heroicas, suscripciones pírricas, o becas institucionales que dan más alimento espiritual que ganancias monetarias. Cuando fui editor llegué a escuchar frases que dejaban entrever significados que entonces no advertía con claridad, pero que me llenaban de tristeza, alguna vez creí escuchar Te compro un ejemplar o una suscripción, pero no vuelvas a llamarme. Quizá era sólo mi pésimo desempeño como vendedor lo que propició tantos golpes a mi entusiasmo entonces juvenil, pero si A Quien Corresponda, mi propia publicación, dejó de aparecer en el 2003, aún existen revisteros, como acostumbran llamarse, los héroes que ofrecen ejemplares literarios en una tierra que cada vez les resulta más hostil. A pesar de las consabidas problemáticas relacionadas con sus finanzas sobreviven y se empeñan en publicar sus revistas como si provinieran de una tierra extraña donde las bibliotecas y las librerías fueran tan abundantes como los buenos lectores. Hace poco Raúl Hernández Viveros me hizo llegar diversos ejemplares de Cultura de VeracruZ, donde descubrí parte de la nueva época iniciada en el 2004 con la terquedad que afecta a los editores y la calidad que acompaña proyectos que debieran tener mayor respaldo del sector oficial o de la iniciativa privada.
Tengo ahora textos que hablan de la literatura sonorense, descubro poetas de las Islas Canarias y otros radicados en Andalucía, hay autores de andanzas probadas como Marco Tulio Aguilera Garramuño y Arturo Trejo Villafuerte, entre tantos otros colaboradores que sería largo referir. Cerca de ellos Irving Ramírez comparte mi pesimismo cuando habla de revistas y suplementos culturales, pero conforme tomo y reviso ejemplares de Cultura de VeracruZ, el viejo entusiasmo me lleva hasta los libros presentados por este sello editorial y es entonces cuando pronuncio un llamado a los lectores. Por favor asómense a los blogs que mantiene Raúl Hernández Viveros, baluarte de este proyecto literario y dense tiempo para descubrir que en México el mundo de las publicaciones mantiene sus anhelos y trabaja para difundir cultura. Es tiempo de comprar una suscripción y solicitar el catálogo de los libros publicados hasta ahora.
Y, si usted escribe, mande sus textos a Cultura de VeracruZ, revista que ofrece sus páginas a todos los jóvenes escritores de habla hispana que deseen formar parte de un proyecto que por sus buenas intenciones merece continuar.
No olvide mandar sus datos biográficos y una fotografía reciente.

Cultura de Veracruz
Altamirano 35, altos
Xalapa, Veracruz
CP. 91000, México

En la red:
http://cultuver.blogspot.com/
http://nuevaepoca.blogspot.com/

Nota al pie:
1.- Ojos que no leen, corazón que no siente, fue lema de una campaña dedicada a la promoción de la lectura emprendida por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Tamaulipas, de 1996 a 1998

Las ruinas, la nieve y el viento / José Luis Velarde





La anarquía surgió de pronto…
El Libro de las Desapariciones


Las ruinas, la nieve y el viento

 

La anarquía surgió de pronto…

El Libro de las Desapariciones

 

La puerta del bar se abrió empujada con violencia por un hombre diminuto que avanzó hasta el final del establecimiento sin encontrar un sitio disponible. A falta de un mesero que le ofreciera un trago caliente se topó con una sonrisa enorme y una voz enrarecida por un acento extraño que lo invitó a compartir la mesa.

—Siéntese conmigo no sin advertirle que voy a contarle alguna que otra historia. No es frecuente encontrar buenos interlocutores. Personas que atienden charlas de extraños sin desconfianza. Le ofrezco un whiskey. ¿Usted invita la siguiente ronda?

El aludido asintió con un minúsculo parpadeo.

Espero que mi conversación le resulte agradable. Si usted nota que me sobrepaso pídame callar. Interrumpa sin miedo. No sería la primera vez. Ya me lo han dicho en todo Chicago. Antes, permítame presentarme. Soy Kenny Chambers.

—Mucho gusto. Yo soy Mark Darby. ¿Usted es extranjero? Me pareció notar cierto acento en su voz.

—Debo decirle que nunca he logrado amoldar la dentadura postiza que un médico chambón colocó en mis encías. El desajuste me provoca una pronunciación singular, alguna hinchazón y uno que otro mal entendido —respondió Chambers.

—Hay muchas personas que aparentan ser lo que no son, pero no estoy aquí para juzgarlo, platique algo de lo prometido por favor.

—Sí claro señor Darby. Mis recuerdos son caprichosos. Aparecen cuando se les pega la gana y en ocasiones me hacen quedar mal. A veces repito la misma historia durante quince o veinte días consecutivos y de pronto soy incapaz de recordarla. Para entonces ya hablo de un tema distinto en otro bar.

Darby abrió los ojos sin responder mientras Chambers continuaba sin darse un respiro.

—No vaya a pensar que estoy loco o que el alcoholismo me confunde. Soy un bebedor social. Un anciano jubilado que sólo busca compañía, aunque a veces olvide los nombres y confunda las fechas. Lo que sí recuerdo con bastante claridad es que conducía de regreso a casa cuando vi a un muchachito en una parada de autobús. Era una noche próxima a la navidad o al fin de año. El frío iba en aumento. No se trataba sólo de los copos que caían sin detenerse, lo peor era el viento. Si usted ha soportado una ventisca en Chicago, sabrá a lo que me refiero. No importa cuántos grados marque el termómetro, la temperatura real siempre será mucho más baja por el factor de congelación introducido por ese aire interminable. Es una fiera helada que embiste desde el Polo Norte sin encontrar un poco de sol que la reduzca. El viento se adentra en los huesos hasta ahuyentar todo deseo de salir a la calle, por más que se trate de las celebraciones más atractivas. Ahora puedo decirle que usted también bebe rápido. Brindo por ello y antes de seguir, por favor dígame de dónde es.

—Nueva York —respondió Darby en un murmullo.

—¡De Nueva York! Válgame dios. Entonces bien sabe de lo que hablo. La gente sólo desea permanecer oculta en escondrijos y dormir hasta que las marmotas señalen el inicio de la primavera. No quiero decir con esto que en Nueva York haga menos frío, lo único que afirmo es que en Chicago experimento más molestias. No importa que ambas ciudades se encuentren casi a la misma altura en un globo terráqueo y que el invierno disponga de humedad por todas partes. Yo hablo de fríos distintos por más que compartan similitudes. Quizá el frío es más intenso en quienes sufren alguna clase de tristeza. ¿No lo cree así?

—He visitado ambas ciudades y no encuentro mayores diferencias si bien coincido en que los días nublados favorecen la melancolía —acotó Darby—Su charla es interesante, aunque dispersa. Voy a cumplir lo prometido para ver si deja de extraviar personajes. Camarero, traiga una botella. Yo invito.

—Creo que lo juzgué mal señor Darby. Lo supuse de menor estatura. Ahora su esplendidez lo agiganta sin duda.

—No agradezca ni me elogie por favor. Gracias.

—Disculpe si me salto algún detalle. Desde mi entender un corazón triste no es capaz de ofrecer digna resistencia al frío ártico; y éste se aprovecha de las ventajas concedidas en cualquier ciudad congelada. Un ramalazo de escarcha por aquí y unos carámbanos por allá hasta que uno se vuelve monigote de nieve. Un fantoche discreto con nariz de zanahoria, bombín apachurrado y ojos fingidos con dos pedazos de carbón. Un espantapájaros misántropo en medio de un jardín cubierto por tres mantos de hielo. El panorama empeora si se añade una fecha que debiera ser festiva. Figúrese usted lo que sentía aquel niño en las proximidades del lago Michigan.

—Es muy triste su historia, pero siga por favor, no niego que es interesante señor Chambers. Salud.

—Salud. Bajé la ventana para preguntarle si necesitaba ayuda. Lo vi correr hacia una estructura metálica abandonada un millón de años atrás. No sé si eran las ruinas de un edificio de departamentos. Un fantasma que durante muchos años había adquirido vida gracias a los ocupantes.

—Así ocurre en las grandes urbes. Las construcciones mueren sin que sus habitantes lo noten. Salud. ¿Qué había ahí?

—No tengo la palabra exacta señor Darby. ¿Ruinas? ¿La carcasa inservible de una nave espacial abandonada por extraterrestres confundidos entre la neblina espesa de la noche que intento recrear con su ayuda? ¿El esqueleto de un dinosaurio surgido de las profundidades de la Tierra? No es sencillo poner en marcha la imaginación. Aquella noche grité en vano que volviera. Tal vez era un inmigrante ilegal y por eso huyó entre la nieve. Regresé a mi auto para llamar a la policía. Un tipo somnoliento tomó el reporte. Me fui veinte minutos después. Mi cuerpo temblaba y la ayuda no se miraba por ninguna parte. Ya en casa, mi esposa me llamó fantasma invernal y no hizo mucho caso de mi historia. Me refugié en la sala. Aquella noche no dormí bien. Me soñaba en un lugar extraño, donde nadie era capaz de entenderme, mucho menos mi mujer.

—Confieso señor Chambers que a veces busco acompañamiento y otros días prefiero mantenerme a resguardo de la gente. Salud otra vez.

—Lo mismo me ocurre, pero esa noche soñé ser un viajero espacial que llegaba a un planeta donde era incapaz de comunicarme. Imagínese que usted y yo. Sí, nosotros, fuéramos pilotos de una nave descendida en un mundo congelado. Un sitio donde nada indicara nuestra procedencia distante. Sólo podríamos expresarnos en un idioma desconocido. Un lenguaje sin gestos válidos y sin traductores de bolsillo o artefactos telepáticos. No destacaríamos por nada que no fuera nuestra condición de migrantes. ¿Me sigue señor Darby?

—Sí, por supuesto. Experimento esa sensación con frecuencia.

—En la historia que propongo procedemos de un mundo donde el sol es constante y navegamos hasta un sitio de nieve cotidiana. Una ciudad que pudiera ser Nueva York o Chicago en el invierno más húmedo y más frío del siglo XXI. Elijo estos ejemplos, porque usted me ha dicho que conoce ambas metrópolis. Daba lo mismo elegir Cleveland o Moscú. No se asuste, aún podemos desplazarnos, aunque nos cueste tanto trabajo que sentimos desesperar. En las esquinas de las calles desiertas no encontramos nada que nos oriente. Los negocios cerrados son repetitivos. Una tienda de autoservicio y una gasolinera y un jardín y un puesto de revistas; o un banco, un taller mecánico hasta volver al establecimiento inicial. Una escenografía repetida desde aquí hasta el Océano Pacífico y desde Texas hasta la frontera con Canadá. Así son muchos de nuestros cruces de calles y avenidas. Los considero laberintos prefabricados para confundirnos. Además, la nevada se metería en los ojos con la misma terquedad con que me cegaba aquella noche en que miré al muchachito desaparecer en la ventisca. ¿Qué ocurriría si nos separásemos? De seguro íbamos a vagar sin descubrir pistas que nos llevaran de regreso a nuestra nave abandonada en algún paisaje irreconocible. ¿Me sigue?

—Por supuesto. Además de oírlo con atención bebo tan rápido como usted señor Chambers.

—Así deben acompañarse las buenas charlas señor Darby. De sobrevivir al invierno, aún seríamos extranjeros en el largo proceso empleado en aprender el lenguaje y encubrir una vida increíble como las civilizaciones ubicadas más allá del Sistema Solar. Creo que preferiríamos pasar inadvertidos. Ocultos en establecimientos donde nadie toma a mal platicar con desconocidos que parecen extranjeros. Ahí esperaríamos con paciencia una invitación para beber uno que otro vaso de whisky. ¿No es así?

—Claro, aunque hay momentos en que me pierdo entre tantos detalles. Me gustaría que apresurara el final antes de emborracharme del todo. Aún debo regresar a casa señor Chambers.

—Con mucho gusto. ¿Le resulta extraño mi acento? Aclaro que no uso dientes postizos. Es sólo mi manera de llamar la atención. Así resulta más simple plantear historias de niños surgidos de los quicios de las puertas para conceder posibilidades mágicas a las armazones recubiertas de óxido. Edificios abandonados. ¿Naves espaciales? Interlocutores sorprendidos por los personajes sin rostro que se congelan en las paradas del autobús extraviado en las cercanías del Lago Michigan o en las avenidas celestiales de Alfa Centauro. Una galaxia menos distante que el sitio fantasmagórico comprendido entre la Nochebuena de Chicago y el Nueva York que se empeña en recibir al año que se inicia durante la noche interminable en que usted me ha permitido contarle esta historia.

¿Y me lo dice a mí señor Chambers? —respondió con tono melancólico el hombre diminuto, al tiempo que comenzaba a desdibujarse como si nunca hubiera entrado al bar. El aire frío abrió la puerta y, por un momento, la noche fue invadida por las voces de los clientes que no lo vieron marcharse.

 

Publicado en Axxón 194. Ciencia ficción en bites. Febrero 2009. Eduardo Carletti. http://axxon.com.ar/rev/194/c-194cuento3.htm

Publicado en El Narratorio 71. Antología Literaria Digital. Enero 2022. 

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